Oppenheimer (2023)

Hacia la bomba y más allá

Hacia la bomba y más allá

Ambiciosa película de Christopher Nolan, guionista, director y productor, la más estrictamente histórica de las que ha filmado, con el permiso de Dunkerque, que se aproxima al padre de la bomba atómica, J. Robert Oppenheimer, con los dilemas morales que acechan al científico y a su entorno ante la creación de un arma de destrucción masiva, que puede acelerar el final de la cruenta Segunda Guerra Mundial, pero que supone abrir una peligrosa Caja de Pandora, con consecuencias imposibles de prever. Parte del libro “Prometeo americano: El triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer”, de Kai Bird y Martin Sherwin, pero desde luego no es un biopic al uso.

Fiel a sus estructuras narrativas nada convencionales, Nolan ofrece un relato deconstruido con dos hilos narrativos bien definidos, con tramos que se van alternando: uno en color con Oppenheimer como claro protagonista, al que se titula “Fusión”, donde comparece ante una comisión que debe validar sus credenciales de seguridad, y se ven los avances para tener la bomba a tiempo; y otro en blanco y negro, donde el personaje principal es Lewis Strauss, que comparece ante un comité del Senado que debe confirmarle en un puesto para la administración Eisenhowe,r y que deviene en némesis de Oppenheimer, al cuestionar su lealtad a Estados Unidos en los años de la guerra fría, y al que se le da el título de “Fisión”. Y uno y otro se van acercando y completando, para ofrecer el cuadro completo de unos personajes complejos, egocéntricos, ambiciosos, con aristas, claramente enfrentados.

Pero Oppeheimer y Strauss, maravillosamente interpretados por unos sublimes Cillian Murphy y Robert Downey Jr., no están solos. Alrededor pulula un reparto coral increíble, que interpreta a una auténtica pléyade de personajes, que no dejan de hablar de sus investigaciones físicas y el diseño de la bomba, y el sobresaliente mérito es lograr darles entidad y coherencia, ya sean científicos como Ernest Lawrence (Josh Hartnett), Niels Bohr (Kenneth Branagh), Edward Teller (Benny Safdie), Isidor Rabi (David Krumholtz), Albert Einstein (Tom Conti) y Werner Heisenberg (Matthias Schweighöfer), militares como el general Leslie Groves (Matt Damon), y distintos políticos o “inquisidores” asociados al proyecto Manhattan como el presidente Harry Truman (Gary Oldman), David Hill (Rami Malek), Roger Robb (Jason Clarke)… Imposible no dejar fuera nombres que cumplen su función en la trama, su presencia nunca es baladí.

En el repaso de personajes resulta obligado mencionar al hermano del protagonista, Frank, que con su mujer le acerca al entorno comunista en los años de la guerra civil española, ideología con la que J. Robert nunca se compromete del todo, su planteamiento siempre es el de funcionar con ideas propias, aunque pueda albergar ciertas simpatías, pero que luego, en la lucha política tras el lanzamiento de las bombas de Hiroshima y Nagasaki, le pasará factura. Y sobre todo, a dos mujeres importantes en la vida del protagonista, Jean Tatlock, con la mantiene una relación incluso después de casarse con Kitty, ellas están bien interpretadas por Florence Pugh y Emily Blunt, y aunque secundarias en la narración, tienen peso. El film sugiere, en estas relaciones amorosas, y también por extensión en las demás relaciones humanas, algo de caprichoso y narcisista, un poco como ese principio de incertidumbre de Eisenberg, o esos principios de las teorías de la relatividad y cuántica, en que resulta difícil precisar dónde está uno, qué busca, si amor o qué, mientras el foco existencial lo constituye la actividad científica, los logros que pretenden no se sabe qué metas cortoplacistas aunque su alcance puede ir mucho más allá.

La película, de tres horas de duración, es rica en contenidos, sobre todo al plantear las consecuencias de las propias acciones, aquí nada menos que la creación de la bomba atómica, o la proyectada bomba de hidrógeno. Tenemos ante nosotros nuevos Prometeos perdidos en laberintos muy nolanianos, cuyos inventos pueden provocar no sólo decenas de miles de muertos, sino incluso, tal vez, no es imposible, la de toda la humanidad; se quiere detener, sí, a Hitler con un antisemitismo que el judío Oppenheimer, por supuesto, aborrece.

Formalmente Nolan logra que esta inquietud existencial, auténtico miedo, la tenga presente el espectador durante todo el relato, también por la banda sonora, la partitura musical y los ruidos, una vibración incómoda y que en una sala de cine IMAX puedes notarla sacudiendo tu propio cuerpo. El cineasta juega con planos breves del cielo, las estrellas, las explosiones, los átomos, un poco a lo 2001, una odisea del espacio, pero con mesura, haciendo que atisbes ese mundo desconocido de la fusión y la fisión, de las partículas elementales. Y también con algunos momentos oníricos de gran brillantez y con punto irónico, sobre todo el de ese público ovacionándole tras ser arrojadas las dos bombas que han precipitado el final de la guerra, realmente sobrecogedor.

Estamos pues ante un nuevo film-experiencia de Nolan, con muchas de sus constantes como la de la violencia y el miedo irracionales, el instinto de supervivencia, el amor que pugna por sobresalir, lo que nos lleva a un viaje que, como se sugería en Interstellar, ojalá nos haga a los espectadores “un poco más viejos, un poco más sabios”.

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Público apropiado: Jóvenes