A principios de 2019 terminaba Juego de tronos y Netflix no dejaba de ampliar horizontes con nuevas temporadas de sus series más populares (Stranger Things, The Crown) y la producción del mejor cine del año (Roma, El irlandés, Historia de un matrimonio). Nuevas plataformas como Apple TV y Disney Plus también han presentaban series tan competitivas como Servant The Mandalorian. La supervivencia de HBO en esta batalla tan complicada ha sido posible gracias a la segunda temporada de La sucesión y la miniserie Chernobyl: dos ficciones de una calidad extraordinaria.

 

El creador, productor y coguionista de La sucesión es Jesse Armstrong, nominado al Oscar al mejor guion en 2010 por la sátira política In the loop de Armando Iannucci. El pasado mes de septiembre ganó el premio Emmy al mejor libreto por esta nueva serie de ambición y poder familiar. Entre los méritos de esta serie destaca la inteligencia de la trama rocambolesca, los diálogos de fulminante ironía y la detallada descripción de personajes depravados que aun así generan una extraña empatía. La corrupción de cada miembro de la familia es un pozo insondable que no deja de sorprender con el paso de los capítulos.

El gran patriarca está interpretado con maestría por Brian Cox, el veterano actor escocés de 73 años. Como habitual secundario ha participado en más de 200 producciones cinematográficas y televisivas, pero con este protagonista ha logrado la cima de su carrera y un Globo de Oro al mejor actor. Gracias a él entendemos mejor a una familia enferma, con unas dotes innegables para defender el trono con los medios más degradantes y eficaces del mundo empresarial.

En esta barbarie de personajes hay excesos verbales que degradan el producto, en la misma línea que otras producciones de la HBO como Juego de tronos. La recurrencia en la zafiedad para ahondar en la miseria humana también recuerda a esa película tan taquillera de Martin Scorsese titulada El lobo de Wall Street, la más exitosa en cifras en la carrera del director italoamericano con casi 400 millones de dólares ingresados. La sucesión cae en ese mismo error, al repetir con un lenguaje brutal la primariedad sexual de los personajes, especialmente el interpretado por Kieran Culkin.

Cito el ejemplo de Scorsese porque creo que es el mejor ejemplo para mostrar como un director puede perjudicar su carrera con películas heridas de simpleza salvaje aludiendo exigencias argumentales (Gangs of New York, Infiltrados, Boardwalk Empire). Sin embargo en sus obras maestras hay una plaga de miserias humanas que se muestran con más brillantez desde la sugerencia: La edad de la inocencia, Silencio, El irlandés. A La sucesión le ocurre lo mismo. Tiene ingenio y talento como se ha visto muy pocas voces en el tsunami de series contemporáneas. Los innumerables grandes momentos del guion son aprovechados por directores como Adam McKay (La gran apuesta, El vicio del poder) y actores tan excelentes como Nicholas Braun (Las ventajas de ser un marginado), Mathew Macfadyen (Los pilares de la Tierra), Sarah Snook (Black Mirror) o Jeremy Strong (Molly´s Game). Si a eso le añadimos la extraordinaria banda sonora de Nicholas Britell, la serie podría aspirar al Olimpo si no fuese por la agresión de una crudeza reiterativa e injustificable.

La sucesión tendrá una tercera temporada después de ganar recientemente casi todos los grandes premios de televisión (Emmy, Globo de Oro, BAFTA) como la mejor serie dramática del año.

Firma: Claudio Sánchez