Y el transhumanismo llegó  a las series de televisión…. En esta distopía combinada con dramedia familiar hay un personaje que marcará el futuro de la televisión.  La joven Bettany (Lydia West), es una adolescente con evidente crisis de identidad en una familia británica, los Lyons, plagada de relaciones complicadas. Un día la chica se atreve a hablar con sus padres y les pide que respeten su deseo de ser una persona “trans”. Los padres no dudan en apoyarla en su proceso de cambio de sexo pero ella responde: “No quiero ser transexual, sino transhumana. Quiero convertir mi conciencia en datos”. Este proceso no es tan aceptado por sus progenitores, que en un principio tienen sus reticencias en ver a su hija convertida en un ciborg informatizado.
Years and Years, sigue la misma estela que otras series como Modern Family o Sex Theraphy. Ficciones muy conscientes de su enorme capacidad de influencia sociológica. Es evidente la cercanía de Russell T. Davies con la ideología de género además de una concepción sartriana de la libertad que ya perfiló en sus series anteriores: Un escándalo muy inglés (2018) y Cucumber (2015). Cada capítulo de esta serie cuenta un año en la vida de esta familia acostumbrada a comunicarse en grupo aprovechando las últimas tecnologías. A finales del primer cuarto del siglo XXI el mundo está loco, especialmente en la política, donde la populista Vivienne Rook (maravillosa Emma Thompson), amenaza con sus declaraciones chillonas a los convencionalismos de la democracia occidentales. El cambio climático, la permanente amenaza de China o las constantes crisis económicas pondrán a los Lyons en un estado de permanente alerta en medio de numerosas crisis familiares. Years and Years conecta con el cinismo futurista y sexualizado de otro creador británico como Charlie Brooker y su irregular pero sugerente serie Black Mirror. Ambas producciones coinciden en que las innovaciones de la tecnología están adquiriendo una velocidad vertiginosa e incontrolable. Aunque la serie tiene un diseño visual sencillo atractivo y un ritmo inteligente, la definición de personajes y su recorrido dramático es insatisfactorio. Bajo la aparente complejidad psicológica de cada uno de ellos, hay una escasez de interioridad que deriva en un libertario sentimentalismo que cae en la verborrea que, presuntamente, combate. En los últimos capítulos, la casa de los Lyons se convierte en la sede de mítines familiares con una vaciedad que no convence por mucho que se acierte al combinarla con la música coral de Murray Gold (Gentleman Jack) y la edición frenética de Billy Sneddon (Lovesick). Firma: Claudio Sánchez