WhatsApp, ese aparente gran aliado que desde hace un par de años nos acompaña en nuestro día a día. Bueno, aliado y a veces generador de conflictos. Y no me refiero sólo al famoso doublecheck que, por cierto, en parte es un mito porque depende de cada dispositivo -no es lo mismo en iPhone que en BB o en Android. Pero no entraremos en eso ahora.

Hoy quiero hacer una reflexión en voz alta sobre varios aspectos de esta red y del tipo de comportamiento que hemos generado alrededor de ella y en extensión, a la cultura de la inmediatez que reina en nuestros días. Vamos a acabar siendo un “plug and play” humano.

Hace un año y pico escribí sobre los esclavos de la motivación por servir online y este post quiero que sea su segunda parte. Es increíble cómo nos encontramos a diario con personas hiperconectadas, yo la primera, que en lugar de estar conectadas están desconectadas del momento presente. Cómo será que en Estados Unidos han ilegalizado el textmesseging mientras caminamos.

Este fin de semana dos personas muy cercanas a mí han estado -de repente- offline de WhatsApp durante dos días. Estaba preocupadísima, no entendía qué estaba pasando. Llamé para saber si estaban bien y cuál fue mi sorpresa cuando estos dos ex adictos al WhatsApp habían decidido simplemente desconectar por completo porque se sienten 100% dependientes de esta nueva forma de comunicarse.

Nuevas formas de relación y comunicación

No quiero ser tampoco el abogado del diablo, pero un poco sí lo seré. En positivo ya sabemos lo que nos aporta, nos genera menos mails, menos llamadas, nos soluciona problemas o dudas de forma inmediata y nos ayuda en los procesos del día a día y del trabajo. Personalmente, nosotros en onbranding lo usamos internamente y con los clientes, incluso para mandarnos archivos.

Pero y en negativo… también hay una cara B que empezamos a ver manifestada en patrones de comportamiento. No es algo de adolescentes ni de personas excesivamente dependientes, pero si tienes cierta predisposición a ser algo impetuoso ¡ten más ojo!

Se ha estudiado que el patrón que genera es de dependencia, de hiperconexión, compulsividad por conocer si nos han escrito, si han recibido los mensajes, si ha gustado lo que hemos escrito… En definitiva, estar pendientes del otro continuamente.

Otro punto importante a tratar es la interrupción que genera la llegada de un WhatsApp. Hay empresas que lo han regulado para sus empleados como por ejemplo en las reuniones y en horarios comerciales, incluso algunas tienen horario para que tu jefe te escriba o deje de hacerlo. Si no puede ser una vía libre de peticiones a fuera de tiempo.

De esta manera puede generar:

  • Interrupción en nuestro proceso de trabajo y por tanto de pensamiento.
  • Como consecuencia empezamos a postergar tareas porque contestar se convierte en una prioridad y casi una urgencia.
  • Un patrón de comportamiento muy común en esta aplicación se asemeja a la relación que tenemos con personas a través de las redes sociales. La “dependencia 2.0″ y el espacio virtual son lo que podríamos llamar esas”falsas cercanías“. Nos permitimos guiños en el lenguaje y en el propio storytelling que vía relaciones offline serían impensables. Por tanto, generamos una “complicidad y confianza” que no existe en nuestra relación en la vida real.

Pensemos en cómo estamos priorizando cada momento de nuestro día. A veces, desconectar es bueno para volver a concentrarse en el trabajo y así liberarnos de la infoxicación que recibimos con tantas peticiones de atención que nos están generando los dispositivos móviles y las redes en general.

Nota: Soy acérrima defensora de las redes, las nuevas tecnologías pero también del sentido común que parece que esté empezando a ser el menos común de todos los sentidos. Por eso quiero aportar esta reflexión, para que no nos empachemos del mal uso que se le puede dar al WhatsApp.

 

Fuente: Selva María Orejón Lozano (http://www.territoriocreativo.es)