El pasado 13 de noviembre tuvo lugar una sesión con el título “El móvil, la pantalla que nunca se apaga”  para  las alumnas de 5º de primaria del colegio Eskibel.

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El móvil, la pantalla que nunca se apaga 

Los datos de SafetyWeb indican que el 22% de los niños entre las edades de seis y nueve años posee un teléfono móvil. La cifra alcanza el 60% en los preadolescentes de entre 10 y 14 años, mientras que el 84% de los adolescentes ya posee uno. A nadie le cabe duda de que los avances tecnológicos, en especial, los relacionados con los dispositivos móviles han supuesto un valor añadido a la calidad de vida de hoy. Gracias al móvil, podemos comunicarnos en tiempo real con nuestros padres o amigos y hacerles saber en todo momento si estamos bien o ha surgido cualquier contratiempo. Nuestros padres pueden conocer dónde estamos y de esta forma, sentirse más seguros. En definitiva, el móvil supone un medio de comunicación muy útil.

Sin embargo, la proliferación de dispositivos móviles con conexión a internet ha convertido este aparato en un pasatiempo más que en un instrumento de contacto, alejando así el concepto original del teléfono: la comunicación. Al ser concebido como tal y como sucede con cualquier otro pasatiempo o juguete, el tiempo que le dedicamos debería estar limitado a una duración determinada al día y por supuesto, dentro de las horas libres. Aunque no es así como ocurre. La realidad es que apenas nos despegamos de estos aparatos electrónicos. Revisamos de forma constante las notificaciones de nuestro smartphone, enviamos mensajes, miramos las publicaciones de nuestros amigos en las diferentes redes sociales y si no, echamos partidas de nuestros juegos instalados.

A través del móvil, tablet u ordenador podemos hacer muchas cosas: hablar con nuestros amigos, jugar, ver vídeos, imágenes… Y para ello, el único sentido que utilizamos es la vista, ya que no podemos oler, oír, saborear o tocar todo aquello que vemos a través del plasma. De hecho, la combinación de estos cinco sentidos es lo que nos proporciona las experiencias reales que nos hacen disfrutar de cada momento vivido. En este sentido, el disfrute del tiempo libre de otras generaciones nada tiene que ver con los dispositivos digitales de hoy día. Ahora, perdemos horas sumergidos en una pantalla que no supone más que una pequeña ventana al mundo real. A través de ella, podemos contemplar muchos escenarios sin que nos vean y a la vez, sin saber si hay alguien contemplando lo que estamos haciendo. En la red, no existe apenas el término medio y lo bonito tiene una apariencia de belleza suprema, mientras que lo malo se ve como algo cercano a lo horrible. De esta forma, resulta muy difícil distinguir la verdadera realidad y puede llevarnos a crear conceptos idílicos erróneamente; del mismo modo puede engañarnos para acceder a nuestra intimidad sin que nosotros seamos conscientes.

Uno de los espacios online que alberga más mentiras que verdades son las redes sociales. Lo que en un primer momento nace como un portal para mantener el contacto con amigos en la distancia, se ha convertido en un escaparate de nuestra intimidad al que, si no tenemos cuidado, cualquiera puede tener acceso. La configuración de privacidad debería ser el primer movimiento a realizar cuando nos unimos a una red social cuyo acceso, por cierto, está reservado por ley a mayores de 14 años. Espacios como Facebook, Twitter, Instagram o Snapchat son hervideros de contenidos íntimos que, además, en la preadolescencia, comienzan a alzarse como canal de encuentro preferido. Durante esta etapa, los alumnos comienzan a verter en estas redes todo tipo de opiniones y publicaciones sin filtro, llegando incluso a potenciar la ridiculización de alguno de sus compañeros. Estas aplicaciones de comunicación en línea están desvirtuando la esencia de la propia comunicación, ya que se dejan fuera los aspectos no verbales, tan fundamentales a la hora de interpretar correctamente una conversación.

¿Por qué mantener constantemente diálogos vía whatsapp con amigos o compañeros de clase pudiendo hablar cara a cara? La vida real está fuera de cualquier aparato digital, todo lo que vemos a través de la pantalla no existe realmente, sino que no es más que una diminuta ventana cuya visibilidad también debe ponerse en tela de juicio. De hecho, la única forma de hacer que aquello que vemos exista es salir a buscarlo al mundo exterior. El mundo es demasiado bonito y la vida demasiado corta como para verlos pasar a través de una pantalla.