Las sectas y sus extravagantes costumbres se han convertido en una de las principales fuentes de argumentos para las docuseries y ficciones televisivas: El cuento de la criada, The Void, Messiah, Aquarius… El valor de Wild Wild Country es que los grandes gurús de la secta participan en el documental. La galería de personajes siniestros que protagonizan esta docuserie mostrando su lado más cercano y amable es un tanto a favor y en contra, ya que la narración termina resultando tendenciosa.
Por un lado vemos a líderes “rajneesh” que se expresan de maravilla, sonríen a cámara, utilizan la ironía y se presentan como inocentes víctimas de la intolerancia norteamericana. En frente tienen a unos paletos con cara de enfado permanente de un pueblo anciano y desértico de Oregon que ven como una comuna india que viste de colores anaranjados y aboga por el sexo libre desembarca de manera masiva en su pacífica aldea. La desconfianza y los choques entre ambos bloques no tardan en aparecer. Todo esto aderezado con la controvertida libertad en el uso de armas hace que la batalla no sea precisamente parlamentaria entre los niños bien de Hollywood atraídos por el gurú del sexo y los ciudadanos de este peculiar Fargo.
Aunque se muestran algunas imágenes tremendas de los rituales de la secta, la profundización en estos aspectos es insuficiente. Teniendo un acceso tan envidiable a los protagonistas se podría y debía haber indagado más en las actividades denigratorias de los componentes de esta comuna: violencia, fraude, abusos, etc… Sin embargo, viendo el último capítulo da la sensación que se pretende blanquear una secta perseguida por el incumplimiento de innumerables leyes fundamentales. Parece como si sus costumbres fuesen una peculiaridad defendible dentro de la liberación sexual de la época, cuando es evidente que los daños psicológicos y físicos que provocaron fueron demoledores. Estos grupos hippies no crearon una generación de jóvenes idealistas y sanos cantando Blowing in the wind en un campo de flores, sino que construyeron una promoción marcada por la heroína, el SIDA, la destrucción familiar y un pesimismo existencial que pagaron sus hijos (si no, que le pregunten a Joaquin Phoenix por sus bonitos recuerdos de infancia en la secta Niños de Dios).
Los creadores de esta docuserie, los norteamericanos Chapman Way y Maclain Way (The Battered Bastards of Baseball), imprimen su sello particular con un uso ejemplar del montaje y la música. Además la serie tiene mucho interés y ritmo porque el archivo documental es muy completo y los personajes, aunque aseados y maquillados en su retrato, son tan maquiavélicos y seductores que asombran con declaraciones tan aparentemente espontáneas. La temporada se hace corta con giros permanentes y una evolución de personajes en el que destaca el imprevisible líder Bhagwan y su secretaria-jefa del clan, Sheela, una Lady Macbeth cuyo grado de cinismo y perversidad parecen insuperables.