La vida secreta de Walter Mitty (2013)

Tribulaciones de un soñador

Walter Mitty es lo que se dice un ratón de biblioteca o, mejor, un ratón de filmoteca. Lleva 16 años trabajando en la sección de negativos de la revista LIFE, en Nueva York. Mitty es un hombre solitario, al que le cuesta relacionarse, y que tiene extraños vacíos mentales en los que escapa de la realidad imaginando que es un héroe, alguien que realiza proezas increíbles. Pero no es un tipo raro, es bueno, de gran corazón. Últimamente Cheryl Melhoff, una chica nueva de la oficina le hace tilín y él intenta aproximarse a ella. Pero quizá no tenga tiempo, porque se anuncia que LIFE pasará inminentemente a ser una revista exclusivamente on line, lo que acarreará múltiples despidos. Para la última portada impresa se requiere una fotografía para el recuerdo, que será obra del legendario reportero Sean O’Connell. Los problemas para Mitty llegarán cuando no encuentre el negativo.

Aunque no se trate de la octava maravilla del mundo La vida secreta de Walter Mitty es, seguramente y con diferencia, la mejor película de Ben Stiller, muy superior a la mayoría de su filmografía. Resulta divertida y entrañable a un tiempo y no se queda en mero envoltorio sino que aporta ideas valiosas y a la vez no deja de ser en ningún momento muy original. Es una película que cae bien, vaya, con un tono capriano, de fábula optimista. Basada en un relato corto de James Thurber, se trata pues de un remake del film de idéntico título protagonizado en 1947 por Danny Kaye. Sin embargo, aunque mantiene la esencia de la historia, el guión de Steve Conrad (En busca de la felicidad) la renueva por completo y Ben Stiller se luce al dirigirla, le insufla de una modernidad que le sienta de perlas.

La clave del éxito es quizá el equilibrio del conjunto, tanto del argumento como de los personajes, tanto del humor como del drama. No hay asomo del histrionismo típico de otras películas de Stiller. Su personaje de Walter Mitty es aquí muy real, nada exagerado y es fácil que el urbanita de pro se identifique vívamente con él, con su trabajo oscuro de oficina, tan importante y a la vez tan invisible, con sus torpes intentos de acercarse a la chica que le gusta, y sobre todo con sus tronchantes momentos de evasión, a veces alocados en su afán de protagonismo aventurero, y otras veces simples proyecciones de lo que realmente querría hacer, pero que la prudencia o las buenas maneras le impiden convertir en realidad. La vida misma.

Por supuesto, en toda la película subyace de fondo la conocida idea de que la vida está para vivirla, no para contarla. Algo que está maravillosamente intrincado en la trama gracias al lema de la revista LIFE, varias veces mentado. Visualmente la película está muy cuidada, y Ben Stiller se esmera en su intento de transmitir belleza y colorido, especialmente en las preciosas localizaciones de Groenlandia, Islandia o el Himalaya. También hace un uso muy eficaz de los efectos de cámara en las ensoñaciones o en las imágenes al “ralenti”, al compás de la suave banda sonora de Theodore Shapiro.

Funcionan muy bien los diálogos entre Mitty y Cheryl (dulce, muy dulce, la otras veces alocada Kristen Wiig), mientras que resultan menos conseguidas las escenas familiares con la madre (Shirley MacLaine). Donde quizá la trama puede chirriar más es en la relación entre el mítico fotógrafo Sean O’Connell (Sean Penn en plan filosófico) y el propio Mitty, que puede resultar irreal y relamida. Algo similar ocurre con ese desenlace tan explícito, aunque sea un precioso (y seguramente necesario) cumplido a las personas grises, a los trabajadores que están al otro lado de la valla, de las cortinas, para que los triunfadores se luzcan en todo su esplendor y se lleven los honores. En este sentido, sí funciona, con cierta nostalgia, el homenaje que se hace del periodismo de antes, el que hacía LIFE y tantas otras publicaciones, donde las fotografías contaban historias, donde no había trampa ni cartón (ni photoshop), donde el periodista tenía y podía ser auténtico. Donde no existía Internet.