
El descanso se ha convertido en una emergencia silenciosa entre los menores
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No hay manera de que se vayan a la cama y luego cuesta un mundo que se levanten. Son los adolescentes, una generación que parece dormir menos que nunca. Aunque en verano es lógico que haya cierta relajación, señala el neuropediatra Manuel Antonio Fernández, «no conviene dejar que los horarios se descontrolen por completo. Idealmente, los adolescentes deberían seguir durmiendo entre 8 y 10 horas cada noche y evitar acostarse más allá de la 1 de la madrugada. Mantener cierta regularidad, incluso en vacaciones, ayuda a evitar problemas de sueño más adelante, como cuando empiece el curso escolar».
Porque cada noche, durante el año, miles de adolescentes en España se acuestan sin haber cumplido las horas mínimas de sueño recomendadas para su edad. De hecho, dormir bien ha dejado de ser parte de la adolescencia. Los datos lo confirman: en 2010, el 75% de los jóvenes entre 11 y 18 años dormía las horas adecuadas. En 2022, ese porcentaje se desplomó hasta el 25%, lo que representa una caída de más del 66% en apenas una década.
Detrás de estos datos hay muchas causas pero hay una explicación fisiológica que a los padres se les suele escapar. Así lo explica este neuropediatra: «Durante la adolescencia se produce un cambio natural en los ritmos circadianos que retrasa la liberación de melatonina, la hormona que regula el sueño. Eso hace que los adolescentes no tengan sueño temprano, como cuando eran niños, y se sientan más activos por la noche. Es un cambio biológico, no solo una ‘manía’ o una ‘rebeldía’, y por eso debemos abordarlo con comprensión y estrategias, no solo con normas».
Así pues, durante la adolescencia nuestros patrones de sueño cambian. Tendemos a acostarnos más tarde y a dormir menos, lo que afecta a nuestros relojes biológicos. Todo esto coincide con un período de importante desarrollo de nuestra función cerebral y desarrollo cognitivo. La Academia Americana de Medicina del Sueño afirma que la cantidad ideal de sueño durante este período es de entre ocho y diez horas.
Cuando el mal dormir no es puntual y empieza a afectar «al estado de ánimo, al rendimiento escolar, al comportamiento o incluso a la salud física (fatiga, dolores, bajadas de defensas…), es importante consultar. No debemos esperar a que se cronifique o a que genere consecuencias mayores», advierte el doctor Antonio Manuel Fernández.
La caída del descanso adolescente no puede considerarse un fenómeno aislado. Está ligada a dinámicas sociales, escolares y tecnológicas. La doctora Rodríguez Moroder, de la clínica CraneoSalud (Valencia) insiste en la necesidad urgente de educar en el sueño desde la infancia y, especialmente, en la adolescencia. Subraya que tras la caída del sol no debería haber exposición a pantallas ni realización de actividades que activen al sistema nervioso. «Es necesario recuperar hábitos que preparen al cuerpo para descansar y eso incluye eliminar el consumo de televisión, móvil y videojuegos en las últimas horas del día», advierte. Según los datos disponibles, las rutinas actuales —prolongadas frente a dispositivos electrónicos, cenas tardías y exposición a luz artificial— influyen directamente en la calidad del sueño.
Hay que recordar que el descanso, recuerdan los expertos, desempeña un papel importante en el funcionamiento de nuestro cuerpo. Se cree que mientras dormimos, se eliminan las toxinas acumuladas en el cerebro y se consolidan y refuerzan las conexiones cerebrales, lo que mejora la memoria, el aprendizaje y la capacidad para resolver problemas. También se ha demostrado que dormir fortalece el sistema inmunitario y mejora la salud mental.
Ante esta realidad, el mensaje de los expertos es claro: dormir bien debe volver a ser parte del desarrollo adolescente. La evidencia recogida en los últimos años exige que se incorpore el sueño como prioridad en el ámbito sanitario y educativo. Porque si algo define a esta generación, no es el exceso de rebeldía, sino el agotamiento acumulado. Y aún estamos a tiempo de actuar..
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