Kurt Wallander es  sin lugar a dudas uno de los personajes más logrados que ha dado la novela negra de las últimas décadas. Desde Asesinos sin rostro (1991) a Huesos en el jardín (2013), el sueco Henning Mankell publicó once novelas de éxito internacional. Algunas de estas historias ya habían sido adaptadas a la pequeña pantalla en una notable serie de la BBC protagonizada por Kenneth Branagh (2009-2016), además de otras versiones nórdicas de menos prestigio. Este nuevo acercamiento viene de Noruega y tiene las ventajas y los inconvenientes ser un producto Netflix dirigido a un público internacional. La serie tiene un diseño de producción y un ritmo muy calculado: una temporada de seis capítulos con una estructura conocida en el que hay suficientes giros como para mantener el interés del espectador, y un reparto desconocido para el gran público pero con talento y fotogenia universal. Lo que falta en esta fórmula son dos componentes fundamentales: Wallander y Mankell. La serie podría prescindir de esos nombres sin problemas, porque apenas hay puntos significativos con el detective. No hay ese carisma del policía maltratado por el pasado, la familia, la gélida vida nórdica y la rutina del horror. El joven Wallander podría ser una serie alemana, francesa o norteamericana, y podría titularse de muchas maneras diferentes. Puede funcionar relativamente bien siempre y cuando una no busque las sugerentes tinieblas de los personajes y los complejos procesos de investigación de las novelas, y simplemente quiera un entretenimiento no demasiado perturbador. La serie no ha convencido a casi ninguno de los lectores de las novelas de Mankell, pero si ha generado una ola de seguidores considerable que no se han asomado jamás a esa literatura. Para ellos habrá, al menos, una segunda temporada ya confirmada.  

Firma: Claudio Sánchez