Ficha:

95 min. | Drama | Romántico

Público apropiado: Jóvenes-adultos

Año: 2015

País: Reino Unido

Dirección: Andrew Haigh

Intérpretes: Charlotte Rampling, Tom Courtenay, Geraldine James, Dolly Wells, David Sibley, Richard Cunningham

Kate y Geoff Mercer son un matrimonio septuagenario, sin hijos. Viven una existencia tranquila, feliz, en un chalet a las afueras de un pueblo. Se disponen a celebrar una fiesta por el 45 aniversario de su boda, a la que invitarán a los amigos más queridos. Pero cinco días antes Geoff recibe una carta que le desestabiliza emocionalmente: una antigua novia que murió en la montaña antes de que él y Kate se conocieran, ha sido encontrada congelada en el hielo, intacta, en Suiza.

Interesante y, a su modo, conmovedora película que invita a reflexionar sobre el amor, la convivencia matrimonial y la intimidad del corazón humano. Tras dos filmes anteriores de temática gay, el guionista y director británico Andrew Haigh (Weekend) cambia de registro y sorprende con este cuidado drama intimista, adaptación de un relato corto de David Constantine, donde se muestra tremendamente hábil para introducir cuestiones de calado: ¿Es posible la comunión real de corazones, el amor conyugal perfecto? ¿La fidelidad es cosa del tiempo, o tiene que ver más con la interioridad, con la pureza del corazón, con la entrega de la intimidad?

Filmada con elegancia, el gran mérito de Haigh en 45 años es desarrollar con enorme sutileza el impacto de la noticia, de modo que es con el paso de los días, de las reflexiones, de los detalles que se precipitan, cuando las proporciones del acontecimiento empiezan a ser alarmantes. Los preparativos de la fiesta siguen adelante, las rutinas continúan pero el corazón de la protagonista siente poco a poco que algo empieza a ocupar demasiado espacio, como una marea que su mente no puede parar y que le genera cada vez más dudas, le pide más certezas, más respuestas. La amenaza de emborronar medio siglo de convivencia empieza a impregnar cada momento, cada gesto, cada mirada.

Está bien retratada la vida jubilada de un acomodado matrimonio septuagenario. Kate pasea al perro, hace voluntariado, ambos van al pueblo, se ríen, conversan, se miran y se dejan su espacio. Es cierto que también se olfatea una leve distancia, algo que no sabe si es fruto de la flema y el individualismo británico o consecuencia de la enfermedad padecida por Geoff, e incluso puede que el director buscara con ello a conciencia contar la realidad de esas dos almas, como si esa falla interior fuera tan solo la punta de un enorme iceberg. ¿No es toda la película una metáfora sobre la incapacidad de comunión conyugal? Los dos actores principales están soberbios, y han ganado merecidos premios por su interpretación. Pero, sin restar mérito a Tom Courtenay (La soledad del corredor del fondo), es una inconmensurable Charlotte Rampling quien lleva el peso de toda la película; es con ella con quien se viven los acontecimientos, con quien se duda, con quien se teme. Y transmite un mundo con su mirada, como demuestra la portentosa escena del desván.

Firma: Pablo de Santiago