Colin Clark es un joven de familia adinerada y dedicada a la cultura entendida en el sentido más tradicional. Por eso, sorprende a todos con su decisión de dedicarse al mundo del cine. Emprende su viaje a la independencia con parada en Londres, donde consigue un puesto en la productora de Sir Laurence Olivier. El primer proyecto en el que se embarca, ya como tercer ayudante de dirección, es El príncipe durmiente (El príncipe y la corista en España), un film dirigido y protagonizado por el mismo Olivier, y que cuenta con la presencia de una gran diva, Marilyn Monroe. Su llegada a Inglaterra, acompañada de su nuevo y tercer marido, el dramaturgo Arthur Miller, es un bombazo, como también lo serán los ensayos, marcados por las inseguridades (manifestadas de maneras muy distintas) de ambos actores. Colin se verá involucrado en la tarea de reforzar la autoestima de la rubia “corista”, mientras su corazón empieza a implicarse extraprofesionalmente.

 

Director: Simon Curtis

Intérpretes: Michelle Williams, Eddie Redmayme, Kenneth Branagh, Julia Ormond, Dougray Scott, Judi Dench, Dominic Cooper, Emma Watson

Guión: Adrian Hodges

Duración: 99′

Género: Drama

Estreno DVD: 20/06/2012

Público: +16

Valoración: ***

Contenidos (de 0 a 6):

Humor: 1

Acción: 1

Amor: 1

Violencia: 0

Sexo: 1

Crítica:

Simon Curtis y Adrian Hodges han invertido la mayor parte de su carrera en la dirección y escritura para series de televisión, muchas de ellas de corte clásico y buen empaque. Con esta adaptación del libro autobiográfico de Colin Clark, hijo de un importante historiador y convertido él mismo en un excelente director de documentales, bajan a la arena de la gran pantalla con un relato cinéfilo que ha triunfado, como es de esperar, entre cierto sector de la crítica.

Las virtudes del trabajo de ambos es que han conseguido una película de ambiciones limitadas en cuanto a lo que se quiere contar (no tiene voluntad de ser un film absoluto ni sobre la personalidad de Marilyn, ni sobre una época ni sobre su manera de hacer cine, ni sobre las luchas internas de un actor) y de resultados más que adecuados a sus propósitos.

Hodge maneja muy bien la espada afilada para los diálogos, que definen con un humor fieramente inglés las diversas personalidades y su explosiva e implosiva interrelación. Las frases son cortas, directas y con un inteligente subtexto que incluso parece ligero en algunas de las réplicas de Olivier salidas de algún texto teatral. A la par, Curtis busca la luz del cine, oscura en los platós pero brillante en los exteriores cuando Marilyn Monroe se aleja del mundo de la representación. El director se esmera en filmar el rostro de Michelle Williams (hecha una con el papel) para expresar las dos caras, físicas e interiores, de una de las personas que mejor ha encarnado la factura que pasa la fama. Por un lado, la de actriz rodeada de agente y adulada y, por otro, la de mujer enfermizamente afectada por la soledad.

En el guión, no se deja de lado otro asunto no menos interesante como es el peso de los años para un actor. Un soberbio Branagh, que fue apodado en sus inicios como el nuevo Laurence Olivier, da vida a un actor apesadumbrado por la madurez y preocupado por la eterna juventud que espera encontrar entre focos y maquillaje. Por su parte, la mirada naif la aportan el joven Clark, que también se pierde en la alterada afectividad de Monroe, y Lucy, la benjamina encargada de vestuario, que ve venir la debilidad de Colin.

En una temporada cargada de historias muy cinematográficas literalmente (The artist o La invención de Hugo), Mi semana con Marilyn aporta sin amargar la dosis de amargura que se vive en esta profesión. Y sin ser un film de gran profundidad –como se ha dicho tampoco lo pretende- sí que apunta a la importancia de la maternidad, tanto en el sentido de saberse querido en la infancia como en dar vida fruto del amor.

Fuente: Lourdes Domingo (www.taconline.net)