Ya sabe usted que hace algunos días entregaba sus premios anuales la Academia de la Televisión, premios siempre discutibles pero rara vez injustos. La cosa es que, en la resaca de la ceremonia, los náufragos van llegando a la costa y le cuentan a uno detalles que a veces son para reír y a veces son para llorar. Por ejemplo: decepción general con los canapés de la fiesta, porque, hombre, vale que estamos en crisis, pero una lámina de lomo y un breve tinto parecen muy poca cosa para unos socios que, al fin y al cabo, pagan sus cuotas. Otro ejemplo: irrisión universal y cierto enojado pasmo con el comportamiento de los colegas, porque los meritorios trataban de acercarse a los famosos y los famosos, por su lado, huían de los meritorios para buscar altos directivos, los cuales a su vez tendían a hacer piña entre sí para huir de los famosos. La condición humana, en fin. Lo relevante es que, por encima de estas miserias, los más viejos del lugar se preguntaban si para esto han montado una Academia. Desde 1997, fecha de su fundación, la Academia de la Tele ha atravesado varias etapas no siempre brillantes. Empezó siendo un imposible remedo ‘hollywoodiano’, después se convirtió en una especie de club de amigos (divertido, pero poco influyente) y de ahí ha terminado deviniendo en una plataforma con aspiraciones de ‘lobby’. No sé si en alguno de los tres momentos ha conseguido que alguien la tome en serio, más allá de este escriba y otros cuantos colegas. Ahora, en la etapa Campo Vidal -y ya pasa los cinco años-, da la impresión de que la Academia quiere evolucionar hacia una suerte de institución oficial con una patita dentro del mundo político y otra en el de los negocios. Es una opción tan válida como cualquier otra, creo yo, pero el hecho es que la Academia, a la hora de la verdad, permanece ajena a los grandes problemas de la televisión en España, a saber: el caos financiero de las cadenas públicas, el oligopolio publicitario de las grandes privadas y la degradación constante de los contenidos. Y para colmo, sus canapés dejan mucho que desear.

Fuente: J.J.Esparza (El Diario Vasco, 11-7-2011)