Está la profesión que no sale de su estupor por el cierre de CNN+, el desmantelamiento de Cuatro y la absorción del viejo conglomerado audiovisual de Polanco por el simpático Berlusconi, ese señor italiano que se pinta el pelo. Hace sólo cinco años, el nombre de Sogecable inspiraba un respeto imponente; ahora también, pero como el que evocaba el Piyayo de José Carlos de Luna, que sobre todo daba mucha pena. Estamos asistiendo al hundimiento de un imperio y todo cuanto rodea a este episodio tiene un aire como de pirámide que se desmorona. Visto desde fuera, “al nivel de la calle”, que diría un diputado de ahora, el problema se sustancia en algo muy simple: ese grupo fue la niña bonita del poder porque la izquierda le sostenía (y viceversa) y la derecha le temía; pero en eso apareció un grupo nuevo, el de Roures y Mediapro y La Sexta y tal, que se hizo con los cariños del poder zapateriano y la vieja novia fue preterida y maltratada. Y a partir de ese momento, el gran conglomerado que fundó Polanco empezó a ir cuesta abajo. Esta interpretación es seguramente simple, pero no deja de tener un fondo de verdad. Para hacerse una idea más correcta del proceso habría que añadir al cuadro el imparable engorde de los números rojos, fruto directo de una gestión imprudente y temeraria. Aquí habría que hablar de inversiones faraónicas, sueldos principescos (¿qué famoso comunicador de esa casa tenía una ficha de tres millones de euros al año?) y, en general, una notable tendencia a vivir por encima de las propias posibilidades, persuadidos como estaban los mandamases de que nadie osaría tocarles un pelo de la ropa. Estos caballeros (y señoras), que construyeron su poderío sobre adjudicaciones a dedo bastante poco presentables, realmente habían llegado a pensar que nada les estaba prohibido. A partir de ahí, nada más fácil que estirar la goma hasta el límite mismo de su resistencia. Y ha bastado que el mercado entre en crisis y otro agente se suba a la goma de marras para que todo se venga abajo. La situación, ahora mismo, es de demolición. Malos tiempos.

Fuente: José Javier Esparza (Colpisa, 16-12-10)