ATELEUS. Redacción

¿Qué intereses ocultos mueven a las cadenas de televisión a presentar en sus programas juveniles unos modelos de conducta, que, lejos de ser ejemplarizantes, nos resultan tan inquietantes y nos sumen en el más oscuro de los pesimismos a los que ya somos padres?

Quizás hayan querido recuperar a aquel público que, una vez superada la infancia, habían sido infieles al medio y habían derivado sus gustos hacia otros artilugios más novedosos, léase MP3, iPOD, Consolas, etc…que les producen mayores emociones.

Y, en su afán competitivo, la televisión ha encontrado un filón en presentar historias y personajes que viven rayando los límites y que, afortunadamente, no se corresponden con la inmensa mayoría de la juventud.

Venden estéticas, venden lenguaje, venden poses y actitudes que traspasan la pantalla y que, en algunos casos, llegan a la calle. ¿Pero, no debería ser al contrario, que la televisión reflejará la realidad de nuestros jóvenes?

¿No es esto una manipulación encubierta que conduce a dar por buenos, comportamientos indeseables?

Hace unos días oí decir en una cadena que la televisión había servido para dotar de normalidad el mundo “gay”, ya que al presentar a estas personas de forma reiterada en series y tertulias, la sociedad los había aceptado totalmente.

Bien, ¿y qué más tenemos que aceptar? ¿adolescentes que practican sexo a todas horas, niños desorientados entre el botellón y las pastillas, padres ausentes en la vida de estos muchachos?

Nunca estuvo mejor utilizada la expresión “series de ficción”. Todo es ficción, pero ¡cuidado! No vaya a ser que alguien lo tome en serio y acabe tan roto como sus personajes favoritos.