A esta altura del partido podría escribirse ya un ensayo sobre el influencia del fútbol en nuestra democracia. No hay cambio de poder que no lleve aparejado un terremoto en el fútbol, y viceversa. En el franquismo tuvimos cronistas de altura mezclando ambas situaciones, desde Vázquez Montalbán a Cuco Cerecedo. Después las crónicas han sido más parcas, quizá porque el valor del fútbol ha subido en exceso y está intocable. Los más viejos del lugar recordarán aquellos resúmenes en blanco y negro, que no llegaban a la pantalla hasta el lunes. Luego apareció la moviola que fue un calvario para los árbitros. Al franquismo se le achacaba aquello del pan y fútbol, reservado eso sí para las tardes de domingo. Ahora tenemos quizá más pan, pero sobre todo mucho más fútbol, cualquier día y a cualquier hora.

Hemos contemplado su ondulante proceso televisivo, desde las retrasmisiones en la tele única a su traspaso a las autonómicas y después al codificado del Plus. Más la ley de partidos de interés general y la guerra digital, para aterrizar en este fútbol a todas horas, estrujando hasta el bolsillo de las radios. Un seguro para ganar audiencia, el fútbol ha sabido venderse siempre al alza, con el apoyo político final para engordar a las cadenas autonómicas con su partido en abierto o a la estatal con la Liga de Campeones. Pero todo tiene un punto de inflexión. La televisión pública catalana quiere cerrar el grifo de las pérdidas y anuncia recortes en los derechos deportivos más caros. Hasta TV3 está dispuesta a prescindir de su Barça, como premonición del necesario divorcio entre negocio deportivo y dinero público. Tampoco la Champions aguanta las rebajas. Quédense los partidos en las privadas y que los paguen en su precio justo, en lugar de engordar con los impuestos el beneficio de los clubes. Que España destaque en el mundo por el fútbol ni es medalla suficiente, ni bálsamo para salir de la crisis. Veremos si un nuevo árbitro pita el final a este despropósito, o si seguimos tapando la crisis con el interminable partido del siglo.

Fuente: Javier Martín-Domínguez (El Diario Vasco, 29-11-2011)