Whiplash (2014)

El arduo camino hacia la grandeza

Nueva York. Andrew Neiman es un joven batería que busca un puesto titular en la primera orquesta de jazz de Shaffer, la mejor escuela de música de EE.UU. Conseguirlo va a ser complicado porque la competencia es enorme y dejar de ser músico suplente es ya toda una proeza. Pero Andrew está empeñado en ser uno de los grandes y se deja las manos cada día, ensayando con las baquetas hasta la extenuación. La prueba se hará aún más dura cuando se fije en él Terence Fletcher, un prestigioso y exigente profesor cuyos métodos pedagógicos resultan tan extremos que son difíciles de soportar. El señor Fletcher piensa que la falta de exigencia ha hecho que la calidad del jazz se esté perdiendo y él lleva años deseando encontrar a un mirlo blanco, un nuevo Louis Armstrong o Charlie Parker.

Intenso film sobre la creación artística y la búsqueda de la perfección musical, con los peligros y excesos que aguardan en el camino. Whiplash (algo así como “latigazo” en español) es sin duda la presentación internacional de un nuevo talento llamado Damien Chazelle, director y guionista de este magnético film. Aunque  anteriormente Chazelle había ejercido de guionista en productos de género (El último exorcismo IIGrand Piano), visto lo visto, parece que debía de tratarse de un mero trámite para generar ingresos y poder dar salida a creaciones propias. Whiplash no es su primer film como director, sino el segundo tras Guy and Madeline on a Park Bench (2009), otra película con el jazz como protagonista. Que la música es la prioridad de Chazelle se confirma por el hecho de que su próxima película, La La Land, tiene también a un músico de jazz como eje principal.

Whiplash es un film lleno de ritmo. Empieza y acaba con ritmo y su desarrollo no deja apenas lugar para el sosiego. No hay prólogo, no hay anticlímax; más bien es todo un clímax, aunque su cota vaya «in crescendo» hasta el final. Y Chazelle logra que las imágenes transmitan ese brío que imprimen las baquetas gracias a un montaje que es toda una virguería cuando Andrew explota en la batería. El espectador sigue las andanzas y tribulaciones del joven músico con angustia, gracias a que éste –una sorprendente revelación Miles Teller– transmite una obsesión abrumadora por la búsqueda de la más alta excelencia musical. Éste es el gran tema del film: no el mero aprendizaje y perfeccionamiento de un músico, un batería de jazz en este caso, sino la completa entrega de una vida hacia la consecución de la excelsitud, hacia la actuación perfecta, aunque para ello haya que dejar fuera a la familia, los amigos, el amor y hasta sea necesario derramar literalmente la propia sangre. Asusta un poco este planteamiento radical de Whiplash (“prefiero morir a los 34 años como Charlie Parker y que se hable de mí, a morir viejo y que nadie me conozca”, dice en algún momento el protagonista) pero si algo deja claro Chazelle en su película es que para llegar a ser el mejor no basta el talento o la dedicación. Hay que vivir únicamente para ello.

Whiplash no sería la extraordinaria película que es si no fuera por el actor J.K. Simmons, que encarna brutal y descarnadamente esta radical filosofía artística en cada uno de sus planos. Sus alumnos le tienen literalmente pavor; es la crueldad personificada, capaz de humillar sin compasión si alguien adelanta un compás una milésima de segundo. Pero saben también que es el único que puede sacar de ellos más de los que se espera: “no hay dos palabras que sean más dañinas en nuestro idioma que ‘buen trabajo’”, dice. La película incide lógicamente en el trauma que puede causar este método educativo en el carácter de un joven que está empezando a abrirse paso no sólo en el mundo adulto, sino en el universo musical, una jungla en donde la competencia es atroz y sólo el número uno puede tener la suerte de alcanzar el éxito. Que juzgue cada espectador si el camino es el adecuado.

Capítulo aparte merece la música de esta película. Fantástica. Gustará a todos, pero los amantes del jazz se sentirán en algún momento transportados. De entre los temas de Justin Hurwitz y Tim Simonec destacan el que da título al film y una colosal y catártica versión de “Caravan”, uno de los standards más célebres del jazz compuesto por Juan Tizol y Duke Ellington. Por supuesto, hay muchas menciones a míticos jazzmen como Charlie Parker o el baterista Buddy Rich, o se emulan finalmente, en un apoteósico homenaje final, los gloriosos latigazos con que en enero de 1938 el percusionista Gene Kruppa puso en pie al público que abarrotaba el Carneggie Hall de Nueva York.

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