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Miguel es un chico solitario que vive en el barrio portuario de Valencia. Tan solo se relaciona con Lola, otra chica de su edad, y su hermano pequeño. Los tres emprenderán un viaje a pie para acudir a un entierro en representación del abuelo de Miguel, un anciano al que no dejan salir de casa.

Director: Alberto Morais

Intérpretes: Omar Krim, Blanca Bautista, José Luis de Madariaga, Sergio Caballero

Guión: Ignacio Gutiérrez-Solana, Alberto Morais

Duración: 76′

Género: Drama

Estreno: 15/11/2013

Público: +12

Valoración: **

Contenidos (de 0 a 6):

Humor:

Acción:

Amor:

Violencia:

Sexo:

Crítica:

Los chicos del puerto es una historia sencilla sobre la soledad de la infancia, algo que desgraciadamente cada vez es más común en nuestros días. En esas circunstancias, los niños se ayudan entre ellos y la ausencia de dinero la suplen con recursos valientes que los adultos, por prudencia o convencionalismos, no somos capaces de utilizar. Estos niños, tal como nos cuenta la película, son capaces de convertir un pequeño encargo en un gran ideal y emprender para ello una arriesgada aventura.

El problema es que este interesante tema y su consiguiente reflexión aparecen en la película de Morais si uno se esfuerza por entrar en ella e intentar comprender su significado. De tan simple y tan sencilla, el guión sólo da pequeñas pinceladas sobre la vida de Miguel y son más los interrogantes que los hechos: ¿realmente son sus padres? ¿por qué no puede salir el abuelo de casa? ¿por qué se tiene que duchar en casa de Lola? ¿no va al colegio porque no quiere o porque no está siquiera escolarizado? No hubiera sido muy complicado colocar algún detalle al respecto y, de ese modo facilitar, que el público pueda empatizar con el protagonista.

Tampoco es habitual en un film de tono realista que las calles de una ciudad portuaria, los centros comerciales o los parques estén tan vacíos. Si es por falta de presupuesto para conseguir extras es una pena, pero si es intencionado para ahondar en la soledad de los protagonistas es un error que no hayan profundizado más en la psicología de los personajes. Es llamativo, por ejemplo, que no haya nadie, ni siquiera los niños, que sonría en toda la película. Cualquiera que trate con ellos sabe que la risa y la sonrisa son siempre su rasgo distintivo, incluso en circunstancias desfavorables.

Nada que reprochar, por otra parte, al equipo y la dirección artística. La fotografía nítida y sincera ofrece un escenario honesto para una historia inexistente (los planos del Cine Nazaret son los más bellos y elocuentes de todo el film). Y la misma calidad observamos en los efectos de sonido y en la breve pero eficaz presencia musical. Lástima que los personajes que pueblan esos escenarios y provocan esos sonidos se muestren tan lejanos y poco reales.

Fuente: Esther Rodríguez (www.taconline.net)