DAVID TRUEBA 12/04/2010 (El País)

Hoy termina la primera temporada de Los protegidos, la serie de Antena 3. Está anunciada una segunda tanda de episodios, todo un éxito dado el bajo porcentaje de continuidad en los productos televisivos; este curso incluso se han cancelado series sin llegar a emitirse. Los protegidos, sin embargo, ha seducido a los espectadores juveniles, esos a los que Hannah Montana va a dejar huérfanos y quieren un paso más de picardía y conflicto sin llegar aún a la intemperie emocional de otras series de adolescentes sobrehormonados. Cuenta la peripecia de una mujer y un hombre que tienen hijos con superpoderes y se ven obligados a fingirse una familia convencional con trabajos y obligaciones escolares. A menudo los superpoderes son inútiles. Que se lo digan a Zapatero: ni aunque hiciera hueco en su gabinete a Batman y Superman podría encarar la crisis económica montada por los especuladores. Estos chicos tampoco gozan de superpoderes infalibles. Uno se hace invisible a ratos, otra tiene electricidad en las manos, otro puede mutar en alguien distinto y los más pequeños pueden leer el pensamiento o mover objetos. Es decir, cosas que no garantizan la felicidad, sino que más bien la complican. Si el siglo XX terminó con los capos mafiosos en el psiquiatra, el XXI tumba en el diván a los superhéroes con baja autoestima frente a la superrealidad.

Antonio Garrido y Angie Cepeda son actores con el encanto ideal para representar esta pareja de separada y viudo. No hay serie española donde no haya un viudo, como si la esposa muerta fuera una fantasía nacional. Sus personajes conviven en plena tensión sexual no resuelta, pero de no resolver esta tensión sino de incrementarla pende la continuidad del invento, como aquella mítica Luz de luna. Esta especie de Los Serrano, sin jamonería pero con superpoderes, avanza con tino, distanciándose de su modelo americano, Héroes, y apoyada en perchas de nuestra ficción: los padres son apocados, los adolescentes descarados y los niños lúcidos. Hay suspense, costumbrismo y la obligada estampa de los chicos en ropa interior, pero el gusto con el que se ve sólo se resiente a ratos del alargamiento de situaciones, como si la cadena forzara a que los episodios duraran un tercio más de lo ideal.