Me lo repito una y otra vez: la televisión no es el demonio, solo es una cosa. Y las cosas se utilizan a conveniencia. Lo importante es saber utilizarlas. Algunos entrañables recuerdos de infancia: los viernes por la noche, en mi casa se veía el “Un, dos, tres”. Cuando los concursantes se llevaban la Ruperta, yo me acostaba con una gran desazón. Los sábados por la tarde, mi madre y yo nos preparábamos un bocata de tortilla y nos lo comíamos viendo “Los ángeles de Charlie” o “Vacaciones en el mar”.

 

 

Y aunque no me dejaban ver “Dallas” (tenía dos rombos, aquella odiosa clasificación que los padres acataban sin rechistar), la escuchaba desde mi cama, como quien oye un serial radiofónico, escandalizadísima.

Estos recuerdos son los culpables de mi interés por programar sesiones familiares de televisión. También de que haya rozado los límites de lo soportable viendo capítulos de “Dora la exploradora”. Pero todo se arregló el día en que me convertí en programadora de nuestras sesiones de cine. Comenzamos por “Tiempos modernos”, de Chaplin, un exitazo. Los clásicos de aventuras también gustan mucho a mi audiencia. “Robin de los bosques”, de Errol Flynn, mereció incluso un segundo pase. Y no hablemos de las películas de catástrofes, que después requieren una sesión de terapia familiar.

También programo documentales. La vida dentro del útero, los secretos de los elefantes, qué comen en Indonesia… La curiosidad innata de los niños les convierte en espectadores magníficos de los canales temáticos. Después, comentamos la jugada. Lo realmente valioso, sospecho, es el debate posterior (o simultáneo) al visionado. Porque la cosa denominada televisión no aísla a nuestros hijos si no queremos, sino que sirve para compartir en familia. Los fabricantes deberían indicarlo en los libros de instrucciones.

En diminutivo…
“Mamá, ¿esto es de verdad?”. He aquí la pregunta más formulada. La respuesta les ayuda a comprender el mundo. Aunque a veces la conclusión es que las cosas son mejores en la pantalla, ese terreno donde suelen triunfar los buenos y las cosas acaban bien si se lucha por ellas. Ya tendremos tiempo de señalar las 7.000 diferencias entre la realidad y el cine.

En voz baja… Los niños respiran al saber que ciertas tramas son mentira. Los adultos nos aterrorizamos al recordar que la realidad siempre supera a la ficción.

 

Fuente: Care Santos (www.mujerhoy.com)