En la comunicación siempre ha habido luces y sombras, problemas y oportunidades. El actual panorama digital es rico en las segundas. El mundo está en la palma de nuestra mano, estamos a ‘un solo clic’ de contenidos actualizados e interesantes, podemos tener una audiencia mundial. A la vez, la cercanía de noticias, entretenimiento y juegos provoca distracciones y empuja a algunos públicos a la gratificación instantánea, con sus lógicas secuelas de adicción. Las tecnologías digitales de la comunicación hacen los medios más omnipresentes y móviles, y facilitan la participación del público. Frenar el acceso a la red y los soportes móviles no parece la mejor opción educativa, y puede resultar incluso impracticable en la era ‘sin hilos’. Pero a estas alturas sería poco razonable ignorar los problemas que derivan del uso inadecuado de los medios digitales.

La vida online no puede sustituir a la vida offline. Dicho de otro modo, la tecnología está al servicio de las personas, y debería hacernos más sociales. De hecho, diversas investigaciones apuntan que los usuarios de internet buscan no solo conocer personas nuevas sino, sobre todo, incrementar el contacto con quienes conocen. A veces, la distinción entre ‘vida online’ y ‘vida offline’ puede confundir un poco. La ‘vida online’ o virtual es vida real (aunque no sea física). Es decir, es tan real como la vida misma, ocasión de despliegue de la propia personalidad y ejercicio de las virtudes (o de los defectos). Los que muestran respeto en la ‘vida offline’, son también respetuosos en la web. La web es una ‘plaza pública’ donde nos retratamos.

En algunas situaciones las tecnologías pueden favorecer el anonimato. Y en la comunicación digital es frecuente que no estén presentes las pistas visuales y verbales que aportan los encuentros cara a cara. Pero también es verdad que la comunicación digital permite llegar a más personas. La multiplicación de ‘amistades’, que es un fenómeno en sí interesante y positivo, provoca también un crecimiento potencial de los encuentros con extraños. De esta manera, los riesgos de ‘cyberbullying’ aumentan.

Algunos públicos demuestran una falta de empatía inquietante, que podría verse facilitada por el ‘automatismo’ o la distancia en la comunicación. La conexión permanente está provocando síntomas de adicción, e incluso ‘síndromes’ de falta de memoria. Pero la búsqueda online de contacto entre personas refleja una constante de la comunicación humana, que busca y encuentra modos nuevos de expresarse.

La extraordinaria abundancia de información es otro asunto interesante que afecta al consumo de medios, pero también a su calidad. Tenemos acceso a multitud de datos, pero con frecuencia falta el contexto y la posibilidad de interpretación. En efecto, el incremento de la cantidad de información no lleva consigo mayor calidad. Por tanto, con mayor cantidad hará falta más prudencia y discernimiento. Se refuerza la necesidad de ordenar la información y no precipitarse, dejándose arrastrar por la inmediatez. La acumulación de información, ‘per se’, no nos hará más sabios. Los consumidores necesitan el discernimiento necesario para seleccionar el menú adecuado y dedicar el tiempo pertinente. Pero no hay que olvidar que la abundancia de información no es un problema, sino una bendición para públicos que tienen más contenidos disponibles (y con frecuencia gratis). De esta manera pueden expandir sus posibilidades de acceso a información, conocimiento e investigación.

Las herramientas de comunicación digital y móvil han aumentado la velocidad en la transmisión de mensajes y noticias de última hora, facilitando la difusión global y la participación en tiempo real en distintos eventos. Al mismo tiempo, la rapidez provoca errores de bulto, ayuda a extender rumores que pueden ser letales para la reputación, y puede dificultar seriamente la verificación y control de calidad de los contenidos. Hemos construido autopistas de la información espléndidas, pero nos hemos olvidado de enseñar a conducir.

Estamos permanentemente conectados al mundo, en el móvil, en Twitter o Facebook, en el e-mail. Necesitamos estar en la red para acompañar a los amigos y familiares, o mantener el contacto con las redes profesionales. Pero la conexión permanente también genera inquietudes, y parece que se desmoronan las fronteras tradicionales entre la vida profesional y la vida familiar y de amistad. A la vez, surgen movimientos que proponen la ‘desconexión’ y un estilo de vida que permita aprovechar mejor los mensajes y contenidos, encontrando verdaderos espacios de amistad y descanso, logrando ‘desconectar para conectar’. En realidad, existe una nostalgia de la desconexión, que resulta más valiosa cuanto más inalcanzable resulta. El que se convierta en ‘adicto a la conexión’ no podrá poner en marcha proyectos de envergadura, y estará abocado al flujo continuo de las novedades, que, paradójicamente, reducirá su productividad y eficacia.

Fuente: FRANCISCO J. PÉREZ-LATRE (El Diario Vasco, 15-8-2011)