Es el “placer culpable” más rentable de Netflix desde hace meses. Shonda Rhimes (Anatomía de Grey, Scandal, Cómo defender a un asesino) vuelve a producir una serie de las suyas pero con disfraces nuevos. Esta corte de damas escotadas no tiene nada de Jane Austen más que la época y el vestuario. No hay el más mínimo asomo de delicadeza y sugerencia en sus almas perversas y ambiciosas. Los Bridgerton va por otro lado, y ofrece al espectador escapismo efectista a base de giros constantes, pasiones exageradas y mucho sexo. No hay lógica ni coherencia que aguante tanto vaivén, pero eso no parece preocupar a los guionistas que retuercen una y otra vez el arco dramático de sus epidérmicos personajes.
 
Todo es vistoso y ligero, profundamente frívolo y, al parecer, adictivo. Un culebrón de Shonda Rhimes con un reparto que entra al juego y un diseño de producción de campanillas que no logra esconder el vacío más amargo de unos personajes tan evidentes e impulsivos.