• Crítica por José María Aresté | DECINE 21
Héroes en zapatillas

Héroes en zapatillas

Lloyd Vogel, casado y con un bebé, es un periodista prestigioso pero tremendamente amargado. Cree que Jerry, su padre, se portó muy mal con él en el pasado, y no sólo es incapaz de perdonarle, sino que parece que el resto del mundo debe pagar también esos “platos rotos”. Cuando la editora de la revista Esquire le encarga escribir un perfil para una serie de “Héroes contemporáneos” se revuelve, porque le asignan escribir sobre Fred Rogers. Se trata del popular presentador del programa infantil de la televisión pública “El Vecindario de Mister Rogers”, donde al estilo de “Barrio Sésamo” o “Los Lunnis” se explican a los niños conceptos como el amor, la muerte, la guerra o la ayuda al prójimo.

La pareja de guionistas compuesta por Noah Harpster y Micah Fitzerman-Blue, también autores del libreto de Maléfica: Maestra del mal, se han inspirado en un artículo del periodista Tom Junod para ofrecer una mágica y optimista fábula a lo Frank Capra. Y la lleva a la pantalla Marielle Heller, quien vuelve a interesarse por el tema del perdón tras dirigir la también interesante ¿Podrás perdonarme algún día? Y consiguen una película inspiradora, muy humana y nada empalagosa, acerca de la condición humana falible, nadie es perfecto, y de lo fácilmente que nos enredamos ante las dificultades, en vez de superarlas por elevación. Algo a lo que ayuda, de modo extraordinario, algo corriente pero muy valioso, la amistad verdadera.

La narración pivota sobre Lloyd y el viaje transformador que le toca realizar, donde la piedra de toque es el auténtico personaje de Fred Rogers, alguien que le desconcierta absolutamente. Porque aparece tan buena persona, brindándole además su amistad, que, piensa cínicamente, no puede ser real, en la televisión debe estar interpretando, y no mostrando de verdad quien es. Algo a lo que Rogers, como buen amigo que se esfuerza en ser, acaba dándole la vuelta, es precisamente Lloyd el que se ha construido una armadura para ocultar a los demás su fragilidad, la relación tóxica con su padre, que contamina todo lo que toca.

La relación de Lloyd y Fred está muy bien perfilada, con buenas interpretaciones de Matthew Rhys, que logra humanizar a su personaje para no hacerse totalmente antipático, y de Tom Hanks, que es perfecto para dar vida a una buena persona, que con humildad admite que hace cosas mal, que también se harta y necesita desahogarse, que es de carne y hueso en suma; lo que no impide que se esfuerce en ser mejor cada día, y que se apoye en Dios y en su familia para conseguirlo. En la medida en que comparten cosas, ambos se van haciendo más amigos.

La estructura del relato está conseguida, con los encuentros de Lloyd con Fred, y la interactuación entre ellos y los programas que rueda en el plató, donde hay mucho subtexto, como en el caso de la tienda de campaña que Fred no lograr armar solo, una enseñanza muy gráfica de que todos necesitamos ayuda. Resulta inteligente el uso de distintos formatos visuales –el grano y tamaño cuadrado de pantalla para lo que es programa televisivo–, las miniaturas del programa que invitan a ver las cosas con perspectiva, y alguna escena onírica en que Lloyd viene a ser un niño que necesita aprender las lecciones que imparte Rogers. Mientras que las relaciones familiares de Lloyd –con su esposa Andrea y el bebé, y con su padre Jerry– están bien engarzadas en el conjunto, configurando lo que está estropeado y habría que recomponer, y lo que es perfecto pero corre el riesgo de terminar yéndose al garete. Aquí Susan Kelechi Watson y Chris Cooper entregan dos valiosos personajes secundarios, fundamentales en la evolución de Lloyd.