Poco antes de que estalle la Guerra Civil Americana, King Schultz, un cazarrecompensas de origen alemán, libera al esclavo Django para que le conduzca a su próximo objetivo. Una vez acabado su trabajo (matar a unos asesinos y entregarlos a la autoridad), deciden asociarse, con la condición de que al final del invierno Shultz le ayude a localizar a su esposa, prisionera del amo de Candyland.

 

 

 

 

 

 

Director: Quentin Tarantino

Intérpretes: Christoph Waltz, Jaime Foxx, Leonardo DiCaprio, Kerry Washington, Samuel L. Jackson, Franco Nero

Guión: Quentin Tarantino

Duración: 165′

Género: Drama, Western

Estreno DVD: 08/05/2013

Público: +18

Valoración: ***

Contenidos (de 0 a 6):

Humor: 2

Acción: 4

Amor: 0

Violencia: 4

Sexo: 1

Crítica:

Por fin Tarantino se fue al oeste. Con una filmografía bastante engrosada, en la que ha ido citando a diestro y siniestro muchas películas con especial hincapié en los western, este director ha logrado estrenar uno. El que fue uno de los géneros más populares en la época dorada de Hollywood es, ahora, una pieza de cinefilia que casi todos los directores de culto quieren, precisamente, cultivar.

En 1966, Sergio Corbucci (uno de los más afamados realizadores de spaghetti western) dirigió Django, protagonizada por Franco Nero; un actor que hace un cameo especial en la actual película de Tarantino. Al director de Tennessee le prendó especialmente el film, una de cuyas secuencias inspiró la famosa escena de la musicada sección de una oreja en Reservoir dogs.

Heredera del espíritu que latía bajo esas historias estilizadas de sucios vaqueros, Django desencadenado recoge su realización –esos zooms y ralentí, acompañados de una banda sonora al compás de los cánones rasgados y exagerados de este subgénero-, la dureza y la inmoralidad brutalmente expuestas (sobre todo en lo que a la esclavitud respecta) y una ironía reforzada por la afinada pluma de Tarantino.

Precisamente, la mayor fuerza del guión de Django desencadenado reside en la palabra. Más floja en cuanto a la estructura, que tiene que manejar 165 minutos y una meta clara que tarda en llegar para los protagonistas, los diálogos vuelven a destacar por el sarcasmo, más fino que de costumbre, gracias al personaje de Christoph Waltz, que demuestra una vez más su destreza en el dominio de los acentos, la entonación y el gesto. Antológica es la secuencia de los capuchones del pre Ku Klux Klan, en la que ridiculiza y parodia esta organización con un hábil sentido del humor muy en la línea de sus otras películas.

Esto es lo que pasa con Tarantino. Sus peculiares universos de ficción y su barroco elenco de citas y referencias cinematográficas hacen fácil el comentario, pero también la formación un espectador fiel. De hecho, el director de Pulp fiction tiene legiones de fans que disfrutan no sólo de sus réplicas imposibles –conversaciones triviales y verborreicas en momentos especialmente dramáticos-, sino también de su violencia visual especialmente estilizada y embellecida. Por ejemplo, en Django nos obsequia con un campo de algodones en fruto salpicados de sangre, así como de otros rituales de ensañamiento en los que obliga al espectador a decidir entre el rechazo o la carcajada, o a intentar combinar ambos. Por eso no deja indiferente, al mismo tiempo que su estilo exige un reflexión sobre la ética y consecuencias de su feroz comicidad.

Por ejemplo, esta película ya tiene algunos detractores porque, aunque aborda la esclavitud desde una clara postura contraria, la compagina con un paradójico tratamiento de guión de las escenas en las que se hacen bromas realmente groseras y humillantes a personas negras. Risa y denuncia intentan convivir de nuevo en un mismo plano. En este sentido, es paradigmático el personaje de Samuel L. Jackson, un mayordomo de color que venera a su amo y desprecia su raza.

En toda esta maraña más ideológica, flota además un cineasta que ama y disfruta profundamente con el cine. Desde los títulos de crédito, pasando por esos paisajes agrestes, atractivos y bellos atravesados por los protagonistas a caballo a modo de buddy movie, incluso esas tomas ambientadas en el invierno cruzando una manada, el beso en el marco de la puerta abierta, o las sombras de las figuras humanas en el suelo marcan la cercanía de Tarantino con el western clásico de Ford, Hawks, Mann o Wyler.

Fiel a su amor por la música popular, su banda sonora recupera canciones perdidas en vinilos del mismo director así como piezas nuevas compuestas, por ejemplo, por el afamado Ennio Morricone (colaborador en otros de sus films). Se mezclan estilos, épocas y ritmos de musicales, pero todo cuadra en el mundo creado por el  antaño vendedor de videoclub convertido en cineasta. Las exageraciones, los manierismos y hasta las ensoñaciones nebulosas de los protagonistas también encajan esta pieza de cultura pop, que permite a su director un marcado y poco verosímil cameo.

Expectativas cumplidas respecto a sus esperadas aspiraciones.

 




Fuente: Lourdes Domingo (www.taconline.net)