El mundo de las redes sociales y su impacto en el ámbito emocional y de conducta lleva interesándome muchos años. He leído, investigado y observado cómo la introducción del mundo digital ha ido influyendo en la forma que tenemos de gestionar nuestro mundo emocional y de relacionarnos con los demás.
El ser humano no está diseñado para vivir en modo alerta; está diseñado para poder activar el modo alerta y supervivencia cuando es necesario a la vez que desconecta para llegar al sistema de descanso y reparación. Esto en medicina tiene un nombre: el sistema nervioso simpático (alerta) y el parasimpático (reparación). Si no somos capaces de parar y recuperarnos de forma sana, nuestro organismo y en particular nuestro sistema inmune se deterioran y podemos enfrentarnos al inicio de muchas enfermedades y trastornos médicos y psicológicos.
Este modo alerta se activa sobre todo ante el miedo, el caos o la incertidumbre. Pero existen otros mecanismos o comportamientos que tienen la “capacidad” de modificar nuestro sistema nervioso. El perfeccionismo, la necesidad constante de controlar lo que nos rodea, las heridas de la infancia sin resolver son algunos ejemplos, ya que nos impiden relajarnos y nos mantienen siempre en tensión. El perfeccionista, por ejemplo, es el eterno insatisfecho. Nunca encuentra que las cosas que le rodean estén a la altura de sus expectativas y esto deriva en un estado de frustración constante.
¿Y qué sucede con las redes sociales? En pleno siglo XXI, hiperestimulados por las pantallas, el cerebro se ve expuesto y obligado a procesar cantidades ingentes de datos que llegan a nuestros sentidos, fundamentalmente la vista, que llegan en oleadas o de forma simultánea. Desde la neurociencia hemos investigado el impacto que todo ello tiene en nuestro cerebro y organismo descubriendo aspectos impresionantes y dignos de ser difundidos a la sociedad actual. ¡No olvidemos que lo que nos llega a los dispositivos para avisarnos de una notificación se denomina alerta!
Esta hiperestimulación tiene graves consecuencias, los niños y jóvenes de hoy en día acostumbrados a este bombardeo, precisan estímulos cada vez más fuertes e intensos para motivarse. Esto merma su curiosidad, asombro y ganas de querer aprender algo que vaya más allá del mundo digital. Se encuentran desmotivados y su creatividad e imaginación se encuentran completamente anuladas. No solo eso, desde la infancia, se les acostumbra a un ritmo de vida y a una intensidad que dificulta la serenidad y el disfrute del silencio. Niños y adultos saltamos constantemente de un estímulo a otro, perdiendo la paz, la conexión con uno mismo y los vínculos “reales” con los que nos rodean.
Nos encontramos en la era de la dispersión. Nos cuesta enormemente pasar más de media hora leyendo un libro o trabajando en un documento sin comprobar nuestro teléfono o correo. La pantalla nos manda información constantemente y dispara neurotransmisores cerebrales a la vez que activa la corteza prefrontal. Emocional y cerebralmente no nos deja indiferentes. No olvidemos que lo que hoy en día mueve el mundo es la capacidad de mantener nuestra atención el mayor tiempo posible en una pantalla. Es el siglo de la crisis de la atención. Los jóvenes, enganchados a los móviles desde corta edad, tienen graves problemas para concentrarse. El dispositivo secuestra nuestros instintos y es más fácil secuestrar nuestros instintos que dominarlos y los programadores de las aplicaciones lo conocen estos mecanismos. Esos likes y esas notificaciones, segregan dopamina –hormona del placer– que a la larga nos abocan a una sensación de tristeza, vacío y desazón inmensa. Y en plena época de caos, de miedo y de incertidumbre nuestro cerebro busca vías de escape rápidas: y ahí lo tienes, en tu mano las 24 horas del día. La pantalla nos aporta ese chispazo de dopamina que alivia la tensión acumulada de la vida ajetreada que llevamos.
En estos tiempos que vivimos, el suelo no es firme y se tambalean los cimientos, los valores y las ideas. No olvidemos que la felicidad depende del sentido que le damos a nuestra vida. Si perdemos ese sentido, tendemos a sustituir sentido por sensaciones. Cuando uno se pierde y no sabe hacia dónde dirigirse, el tener unos valores, unas directrices claras, ayuda a que el barco no se hunda. Ya lo decía Aristóteles en su Ética a Nicómaco: “seamos con nuestras vidas como arqueros que tienen un blanco”. Hoy en día no existen blancos donde apuntar, se han extinguido los arqueros y las flechas vuelan caóticas en todas las direcciones.
Querido lector, quiero profundizar en un tema que probablemente te haya sucedido. Entras en Instagram, en tik tok, en Facebook, en Tinder o en cualquier otra red social y hay un mensaje que llega a tu mente: puedes mejorar. Puedes estar más en forma, puedes ser más feliz, puedes cuidar más tu salud, puedes elegir a una pareja mejor, puedes optimizar tu vida sexual, tus vacaciones podrían tener más nivel, podrías formarte más para ser un mejor padre o madre, tu nutrición debería mejorar… La palabra clave es mejorar. Siempre hay margen de mejora. Existe un denominador común en todo este proceso: aquello en lo que fallas no tiene fin, ya que siempre puedes superarte en alguno de estos aspectos mencionados. Por otro lado, parte de la solución a ese déficit deriva en la búsqueda de nuevas sensaciones y novedades –la famosa gratificación instantánea que tanto nos engancha y nos incita a experimentar experiencias nuevas– y finalmente, si no consigues ese propósito, es tu culpa. Te falta voluntad, te falta creatividad, te falta inteligencia o simple y llanamente, eres perezoso. Es un círculo vicioso y si lo piensas bien, estamos todos imbuidos en él. Las redes nos recuerdan que siempre nos falta algo, que no somos lo suficientemente guapos, listos, sanos, equilibrados, buenos padres, y surge –si no lo sabes controlar– un cierto grado de desazón. Si lo piensas con detalle y analizas tu vida, probablemente hayas atravesado ese bache emocional en algún momento y esto haya podido afectar a tu autoestima o tu manera de enfrentarte a las cosas.
¿Qué te recomiendo? Como en tantas cosas, conocerse es el primer paso para superar los problemas que acarreamos. Haz un diagnóstico sincero y bucea en las razones que te mueven para vivir enganchado a un aparato, a vidas de personas que apenas conoces o a sensaciones incesantes que a la larga te inundan de tristeza.
Encuentra tu ikigai –tu sentido de vida–. No olvides que el éxito en la vida lo logran las personas que son capaces de concentrarse y enfocarse en lo que realmente desean, siendo capaces de perseverar en su propósito.
No te dejes engañar con mil mensajes que bombardean tu dispositivo las 24 horas del día. Elimina las notificaciones, ¡tú eliges cuando quieres entrar! No tengas miedo a poner un temporizador en las aplicaciones que más te hagan perder el tiempo. Por supuesto que hay margen de mejoría en tu vida, ¡en todas!, pero tu vara de medir no debe ser el macro impacto de influencers y mensajes masivos que nos lanzan las redes. Una meta grande, con objetivos pequeños. Piensa en grande y actúa en lo pequeño.
Finalmente, que sean las relaciones verdades, aquellas que se tocan y se miran a los ojos, las que llenen tu vida. Ahí tienes la oxitocina que es capaz de aliviar los peores momentos de tensión y “cortisol”.
Marian Rojas Estapé
Psiquiatra y autora de “Encuentra tu persona vitamina”