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La trayectoria real del corredor de bolsa Jordan Belfort, desde sus inicios como principiante en Wall Street, cuando está casado con una sencilla peluquera, hasta el momento en que alcanza la cúspide del poder, la riqueza y el placer, al precio de una vida desquiciada y sin principios, y del acoso del FBI. Enseguida su entrada en el mundo profesional supone una inmersión en la depravación moral, a partir de las lecciones que le imparten sus superiores sobre su trabajo y los -a su entender-, necesarios hábitos sexuales y de consumo de drogas para no perder el paso en la vertiginosa actividad de compraventa de acciones. Lo que parece un bache en su andadura laboral se convertirá en la construcción de un imperio gracias a la venta de activos de muy dudoso valor, primero a incautos paletos, luego a gente adinerada que puede permitirse el lujo de perder dinero.

Director: Martin Scorsese

Intérpretes: Leonardo DiCaprio, Jonah Hill, Matthew McConaughey, Jean Dujardin, Kyle Chandler, Rob Reiner

Guión: Terence Winter

Duración: 174′

Género: Biográfico, Comedia, Drama

Estreno DVD: 14/05/2014

Público: +18

Valoración: ***

Contenidos (de 0 a 6):

Humor: 2

Acción: 1

Amor: 0

Violencia: 1

Sexo: 4

Crítica:

Martin Scorsese adapta las memorias de Belfort, convertidas en guión por Terence Winter, uno de los responsables de la gangsteril serie televisiva Los Soprano, que colaboró luego con el italoamericano en Boardwalk Empire, también centrada en el mundo criminal y de los políticos corruptos. Lo hace con tono de comedia esperpéntica muy pasada de vueltas y no exenta de cinismo, usando la voz en off de Belfort al modo en que lo ha hecho en tantas ocasiones a lo largo de su filmografía, de un modo especial en Uno de los nuestros, con la que mantiene no pocos puntos de conexión, con su atractivo reparto de múltiples personajes, lo dinámico de la narración, las canciones de la banda sonora, y también con en el modo en que finalmente se resuelven –es un decir– las cosas.

Sorprende la larga duración de la cinta, tres horas, con muchos paisajes reiterativos, que no hacen más que ofrecer más de lo mismo, en forma de discursos estimulantes para empleados, engaños a compradores codiciosos, desmadres orgiásticos mostrados muy gráficamente y subidones procurados con el recurso a la droga. De un algún modo Scorsese conecta con el discurso de otras cintas de su filmografía en que muestra el lado feo de América, el capitalismo insolidario y egocéntrico llevado hasta sus últimas consecuencias, donde en realidad nada importa, más allá de satisfacer las pulsiones más primarias. Por supuesto, el italoamericano es un gran virtuoso, las imágenes y el ritmo muestran en bastantes ocasiones el poderío que le conocemos a este astuto prestidigitador, lo que no impide que acabe produciendo finalmente hastío.

En su momento el Gordon Gekko de Wall Street de Oliver Stone –citado en un momento del film– se convirtió en referente popular de aspirantes a yuppies, para sorpresa de propios y extraños. Resulta difícil pensar –aunque nunca se sabe– que pueda ocurrir lo mismo con El lobo de Wall Street, más en tiempos de crisis en que se estrena el film, algo posteriores a los hechos narrados, donde los productos financieros y sus creadores se miran con lógica desconfianza y repulsa. El personaje encarnado por Leonardo DiCaprio resulta tremendamente antipático, sólo piensa en sí mismo y su supervivencia, incluso su familia no parece tener una entidad mayor que otra cualquiera de sus posesiones, como su yate de recreo. Por supuesto la amistad y la lealtad no existen en su mundo de “lobos”, los otros depredadores son en el mejor de los casos socios útiles y compañeros de francachelas. Poco hay en Belfort del granuja impresentable y nada modélico, al que, no se sabe por qué, se le acaba mirando con indulgencia, el personaje es odioso, patéticamente odioso.

A Scorsese no le van las narraciones con advertencias morales, muestra al emperador desnudo pero no hay ni un amago de cómo volver a vestirle para que recupere su dignidad. Quien busque moralejas o alguna indicación de cuál es el camino a emprender cara a la redención, puede seguramente esperar sentado largo tiempo. Ya que le hemos citado, podemos decir que el modo de presentar las cosas de Scorsese recuerda un tanto a Salvajes, de Oliver Stone: de algún modo se pinta un mundo frenético de delincuencia criminal, el espectador participa en un adrenalítico viaje de puras sensaciones, pero al final no queda nada. Como mucho, una sensación de que ‘éste no es el camino’, pero la alternativa, viajar oliendo a sudor en el metro, la experiencia del agente del FBI, no resulta mucho más atractiva.

Fuente:  www.decine21.com