Lawrence de Arabia (1962)

Un hombre extraordinario

Un hombre extraordinario

“Exceptuando una brevísima introducción sólo hemos tratado sobre los dos años que pasó en el desierto… De hecho, fueron toda su vida. Espero que hayamos creado a un héroe excepcional”. Así se expresaba Sir David Lean al hablar de la mítica figura de Thomas Edward Lawrence, el joven oficial del Imperio Británico que en la Primera Guerra Mundial lideró la lucha de las tribus árabes contra los turcos. La película se centra en sus diversas relaciones con varios jefes árabes (el príncipe Feisal, Sherif Ali, Auda abi Tayi) y en las conquistas de las ciudades de Aqaba y Damasco. Ya en la introducción de que habla Lean, cuando aún Lawrence no ha recibido su misión, se revela su indomable carácter: Lawrence apaga una cerilla con los dedos con asombrosa tranquilidad, y, al imitarle, un compañero se queja: “¡maldita sea, cómo duele!”. Lawrence sonríe y le dice: “¡Por supuesto que duele!… El truco está en no pensar que duele”. Así retrata el director inglés a su protagonista, un tipo extraño que hacía gala de una desmedida ambición y una temeraria seguridad en sí mismo para llevar a cabo cualquier empresa.

La película es el resultado de la primera colaboración entre el guionista Robert Bolt (Doctor ZhivagoLa Misión) y el realizador David Lean. Bolt escribió su aventura en el desierto a partir de las memorias que el propio Lawrence narró en su libro “Los siete pilares de la sabiduría”, pero dibujó el carácter del héroe según él mismo lo concebió. Al metódico Lean tocó sacar lustre al extensísimo guión. Experto en contar historias íntimistas y en dotar a sus personajes de una enorme riqueza interior, el director de Breve encuentro hizo algo que parecía imposible: trazar con profunda meticulosidad los caracteres de los personajes y conseguir a la vez una epopeya grandiosa de las hazañas de Lawrence y de la campaña británica en Oriente Medio.

La factura visual de la película es inolvidable. Es famosa la elipsis inicial en la que Lean parte del fuego de un fósforo en una habitación de El Cairo para trasladarnos al rojo sol del desierto. Las imágenes que siguen son de una belleza estremecedora, una sucesión de planos panorámicos inigualables donde vemos dos figuritas que avanzan parsimoniosas por un inmenso mar de arena. El desierto se convierte así en el eje de la película, con su hechizo, pureza –“prefiero el desierto porque es limpio”, dice Lawrence–, su inmensidad y su carácter indómito. Para interpretar al protagonista David Lean había pensado en Albert Finney, pero fue Katharine Hepburn quien aconsejó al productor Sam Spiegel que contrataran a Peter O’Toole, un actor shakespeariano de 27 años sin apenas experiencia en cine. La caracterización de O’Toole es insuperable. Su mirada azul de alimaña despreciativa dota al personaje de una ambigüedad psicológica que permanece en la memoria de todos. Nunca sabemos a ciencia cierta cómo es realmente Lawrence, y ahí está su magia. O’Toole se convertiría en estrella de modo fulgurante y seguiría fomentando ese mismo perfil enigmático en otras películas como Lord Jim o Becket. El resto del reparto es igualmente soberbio. A este respecto dijo David Lean: “En una ocasión el difunto Álex Korda me dijo: ‘Si consigues una buena historia y dos buenos personajes tienes la mitad del trabajo hecho. Si consigues tres buenos personajes tienes mucha suerte. Si consigues cuatro puedes ponerte de rodillas’. Y nosotros teníamos mucho más de cuatro”. La película logró 7 Oscar.