Náufrago (2000)

Lejos del mundanal ruido

Chuck Noland, ejecutivo de una empresa de transporte urgente, siempre va deprisa de un lado para otro. Ni tiempo tiene de formalizar su compromiso matrimonial con Kelly. En uno de sus viajes relámpago para “apagar un fuego” en algún sitio, el avión que le transporta sufre un accidente y se hunde en el océano. Él es el único superviviente, y va a parar a una isla desierta. Pasa el tiempo, y nadie llega al rescate. Seguramente le dan por muerto y él debe ingeniárselas para seguir viviendo.

Robert Zemeckis sortea, gracias al sólido guión de William Broyles, el peligro de aburrir con más de hora y media de película en la que tenemos a un solo personaje, completamente aislado. La trama está salpicada por los modos que Chuck desarrolla para alimentarse, guarecerse de la climatología adversa… Lo que nos hace caer en la cuenta de las muchas cosas que empleamos en la vida corriente y que damos por supuestas, sin considerarlas como un verdadero regalo. Por otro lado, Zemeckis demuestra una gran fuerza visual en casi todo el metraje. Ya sea en el accidente, en los intentos de salir de la isla en una balsa, en la navegación en mar abierto o en la exploración de la isla, los planos y encuadres son muy imaginativos.

La desesperación que acecha a Chuck en la isla es frenada en gran medida, además de por Wilson (ver recuadro) por el recuerdo del amor de Kelly, y por la presencia de un paquete no abierto de su empresa, uno de los restos del avión estrellado. Tener metas en la vida, que la existencia tenga un sentido, se revela como la clave para resistir. Por eso alcanza una altura dramática inusitada el último tramo del film, modélico en escritura, dirección e interpretación.