Querido detective

Año 1975, cuando se presiente que Francisco Franco está a punto de morir. Tras abandonar la policía, Germán Areta se establece como investigador privado, alquilando una oficina, con secretaria, y requiriendo los servicios de El Moro, antiguo delincuente, como ayudante. Pronto, requiere sus servicios una misteriosa mujer, que no quiere dar muchos datos, al estar casada, pero le requiere para averiguar quién mató a su amante, el sastre Narciso Benavides, pese a que la policía ha catalogado el caso como suicidio.

Con El crack, de 1981, y su continuación, El crack II, de 1983, José Luis Garci trasladaba a la Gran Vía madrileña al típico detective de novela negra, muy al estilo de Philip Marlowe, creado por el novelista Raymond Chandler, que interpretó en la pantalla Humphrey Bogart. Recuperaba como protagonista a Alfredo Landa, con quien había rodado Las verdes praderas, que con su increíble transformación en el duro Areta demostraba por fin que daba para mucho más que para las comedias en las que perseguía suecas en la década anterior.

A sus 75 años, el realizador ha acertado al recuperar al personaje, en una precuela de la saga, su mejor trabajo de los últimos años, que sigue el patrón de sus dos precedentes, pero rodado en blanco y negro, por primera vez en la filmografía del autor con cámara digital. Si dedicaba las dos primeras a Dassiell Hammett y al citado Chandler, en esta ocasión rinde tributo a un tercer maestro, James M. Cain, responsable de El cartero siempre llama dos veces. Ha dispuesto de un presupuesto muy reducido, por lo que la mayor parte de la acción se desarrolla en interiores muy reducidos, pero esto juega a favor del film, pues se logra una atmósfera de cine de serie B. Al parecer ha tenido que recurrir incluso a su propio despacho como localización, y hasta se ha visto obligado a utilizar algunos planos rodados para Solos en la madrugada del centro de Madrid, porque éste ha cambiado bastante desde la época que se pretende retratar, y no había dinero para retoques digitales.

Precisamente, vuelve a ser una obra nostálgica, como ocurre en la mayor parte de la filmografía del cineasta, pues además los diálogos recuerdan a deportistas, músicos y figuras del cine de antaño. Garci ya no ha podido escribir el guión con su habitual colaborador Horacio Valcárcel, ya fallecido, así que ha reclutado a Javier Muñoz, director del sorprendente pero desconocido film Sicarivs: La noche y el silencio. El libreto versa sobre el desencanto, pero también sobre la capacidad de refugiarse en un pasado idealizado, donde cada uno puede sentirse a salvo porque lo conoce a la perfección. Este tema da pie a un desenlace emotivo.

Logra intrigar al espectador, pese a que quizás el desarrollo de la investigación se alargue demasiado, lo que provoca un bajón de ritmo hacia la mitad, que después se consigue remontar. Como siempre, Garci recurre a los mejores actores, capaces de hacer creíbles diálogos en ocasiones demasiado literarios o con referencias un poco forzadas. Resultaba especialmente difícil sustituir al carismático Landa, ya fallecido. Ha sido una buena elección Carlos Santos, ganador del Goya al actor revelación por convertirse en Luis Roldán, en El hombre de las mil caras. Sorprende más, por inesperada, la caracterización de Miguel Ángel Muñoz, como El Moro, que actúa sobre todo como contrapunto cómico, en un rol que bordó en su momento Miguel Rellán. No desentonan Pedro Casablanc, como El Abuelo, comisario que antaño fue José Bódalo, y Cayetana Guillén Cuervo, como astuta proxeneta. Quizás desentona Macarena Gómez, un tanto sobreactuada.