Por J.J.Esparza (El Correo, 30-5-10)

Un amigo -que lo ha sido hasta ese preciso instante- me pasaba el otro día un vídeo que se me había escapado: una entrevista a Karmele Marchante en ‘El intermedio’ de La Sexta. La entrevista se la hacía Usun Yoon, la agraciada oriental, pero la protagonista era, evidentemente, Karmele, a la cual, por cierto, con el paso de los años y el poso de las cirugías se le está poniendo un aire como de caricatura de Lina Morgan. El motivo del magno encuentro era el nuevo libro de la Marchante, eso de sus ‘Juguetes sexuales’, largamente promocionado en Telecinco.

Dijo la reputada autora alguna cosa llamativa, como que el Gobierno debería amparar ese tipo de instrumentos. Teniendo en cuenta el Gobierno que nos rige, la hipótesis no parece demasiado descabellada. Pero lo más notable fue el énfasis que puso esta señora en subrayar su larga e intensa carrera profesional. Resultaba patético escuchar a Karmele glosando sus amplios méritos periodísticos: «yo he sido tal y yo he sido cual», «yo he trabajado en la Unesco y yo he hecho reportajes sobre el narcotráfico», y a uno, con tanta glosa autobiográfica, se le venían a las mientes aquello del Tenorio de Zorrilla: «Yo a las cabañas bajé, yo a los palacios subí, yo los claustros escalé y en todas partes dejé memoria amarga de mí». Porque vamos a ver: ¿de qué te sirve haber construido tu carrera sobre tan conspicuos episodios si, al final, terminas haciendo de clown para solaz de las masas más tordas del país? En esto que le está pasando a Karmele, que no ha sido famosa hasta que ha roto a repartir estiércol, hay un fondo cierto de amargura, como esos ‘cow-boys’ de película que terminan sus días en un circo, o como esos boxeadores fracasados que acaban recalando en el ‘pressing-catch’.

Karmele Marchante, como otros héroes del gran circo televisivo, tiene mucho de juguete roto (sexual o no), de despojo dorado, si se me permite la fórmula. Personalmente, yo la veo ahí, en la tele, haciendo el bochornoso paripé de las bolas chinas, y lo único que me transmite es lástima. Y como profesional, deseos de no acabar así.