La política norteamericana es uno de los temas favoritos para los creadores audiovisuales norteamericanos. Ellos escriben las historias que consiguen interesar a todo el planeta, algo que no sucede, ni de lejos, con el resto de países. En el siglo XXI, buena parte de las series y películas sobre Estados Unidos han tenido ese tono ácido que han diseñado cineastas de un perfil ideológico muy similar como Michael Moore (Bowling for Columbine, Fahrenheit 9/11, ¿Qué invadimos ahora?), Oliver Stone (JFK, Nixon, W, La historia no contada de los Estados Unidos) o Adam McKay (La gran apuesta, El vicio del poder). También ha contribuido a ese percepción crítica la serie House of cards producida por David Fincher.
La ley de Comey está protagonizada por un magnífico Jeff Daniels que borda un personaje que recuerda a la honestidad inmortal que transmitían James Stewart, Henry Fonda o Spencer Tracy. Esa honradez y admiración por la democracia de Comey contrasta con la crudeza del personaje de Donald Trump (sensacional también Brendan Gleeson). Los cuatro capítulos de la miniserie mantienen el interés gracias a lo reciente de la historia que cuentan y un reparto en el que también destacan Holly Hunter, Ooona Chaplin o Peter Coyote.
El creador, guionista y director de la serie es Bill Ray, un cineasta con alguna película interesante (El precio de la verdad, 2003) y un título muy fallido (El secreto de una obsesión, 2015). El guion se basa en las memorias de Comey y se nota. Su visión de cada uno de los sucesos es de un claro idealismo norteamericano sobre el uso de la democracia. Siendo conscientes que la serie tiene ese enfoque personal, el espectador tiene mayor libertad para discernir la veracidad de la narración. La trama tiene agilidad y diálogos inteligentes, aunque sin llegar al nivel de El ala oeste de la Casa Blanca. Una ficción breve e impecable en las formas (fotografía, localizaciones, planificación), que anima a saber y leer más sobre este director del FBI, y su actuación en los casos de los correos electrónicos de Hillary Clinton y la influencia rusa en las elecciones que dieron la presidencia a Donald Trump.
Firma: Claudio Sánchez