Por: Cristina Martínez de Pissón
La televisión ha sido durante mucho tiempo el medio de entretenimiento preferido por gran parte de los jóvenes. De entre todos los espacios ofrecidos en la parrilla televisiva, las series de ficción representan el mayor atractivo para los adolescentes. Sin embargo, la oferta de producciones emitidas a menudo está repleta de escenas, mensajes y valores que pueden confundir al público de menor edad. Por ello, en esta sesión se pretende explicar cómo se construyen las historias de ficción y la forma en que éstas pueden llegar a influirnos.
Toda serie es al final una historia que cuenta con un inicio, un desarrollo o trama y un desenlace. Ya sea inventada o basada en hechos reales, las series se definen como ficción en tanto y cuando suponen la representación de una realidad que tiene lugar sólo a través de la pantalla. Los diferentes planos para cada escena, el movimiento de las cámaras, el atrezo o la planificación visual (iluminación, música, sonido e interpretación) se encargan de dotar de credibilidad a la historia para que al ojo humano le resulte real aquello que está viendo. Esta conjunción de elementos cinematográficos está perfectamente planificada e ideada por los equipos de producción, nada queda en el aire susceptible de ser improvisado. Es más, tan buena puede ser su disposición que en una sencilla escena compuesta por imagen y música se pueden despertar nuestras emociones, principal misión para enganchar al público. Si se logra apelar a una emoción, el espectador automáticamente consigue entender al personaje y, por tanto, le da credibilidad a la escena.
Esa apariencia de realidad que proyecta la historia de ficción a través de todos los elementos que le dan vida en pantalla se cuela en la mente del espectador para jugar con arquetipos y estereotipos sociales, mitos, tendencias, actualidad informativa… De esta manera, al igual que ocurre con la publicidad, su contenido y los mensajes que suscribe de fondo pueden afectar en cierto modo a la sensibilidad racional de los menores. En este sentido, desde secuencias de violencia o sexo explícito hasta las de diálogos intrascendentes protagonizadas por personajes con los que el espectador ha conectado son susceptibles de ser malinterpretadas por adolescentes o niños que todavía no han desarrollado una mentalidad crítica para desmitificar al personaje que admiran. Un claro ejemplo son aquellas series cuya principal localización es un centro educativo y sus protagonistas, estudiantes. En este tipo de producciones rara vez se observa a los chicos en clase, estudiando o preocupados por sus exámenes y futuro profesional, sino que se ven envueltos en situaciones bastante discordantes con la realidad de un joven de esa edad.
Por ello, es importante que los menores sean conscientes de que aquello que observan a través de la pantalla es irreal y no siempre las realidades de las que hablan las historias de ficción son consecuentemente fieles a la verdad.