Los últimos años del artista: Afterimage (2016)

Integridad frente a las presiones

Auténtico testamento fílmico de Andrzej Wajda, un auténtico canto a la libertad, quizá el maestro polaco intuía que ésta sería, como así ha sido, su última película. Firma el guión de Afterimage: El sueño del artista Andrzej Mularczyk, quien ya había colaborado antes con Wajda en Katyn, otro film muy personal, donde dirigía la mirada a la matanza de oficiales polacos a cargo de los ruso durante la Segunda Guerra Mundial, hecho en que perdió la vida su padre. Aquí, de algún modo, a través del artista vanguardista Wladyslaw Strzeminski, traza un paralelismo con su propia trayectoria como cineasta, desarrollada en su mayor parte bajo la bota de la tutela que los soviéticos ejercían sobre la Europa del Este.

El film sigue los últimos años de Strzeminski en la ciudad de Lodz, cuando está trazando el fundamento teórico de su visión artística en un manual que se titulará “La teoría de la visión”. Sus alumnos en la universidad le adoran, pero las autoridades propugnan en a comienzos de los 50 el realismo socialista aplicado al arte, las pinturas y cualquier otra manifestación creativa debe estar al servicio del ideal comunista. Un planteamiento que no comparte en absoluto Strzeminski, quien cree que ningún factor externo debería convertirse en factor de presión para manipular al artista. Su rechazo a secundar la voluntad oficial convierte a nuestro pintor en un paria, en un momento delicado: está separado de su esposa, y nota que le cuesta conectar con su hija adolescente, obligada a madurar demasiado pronto; y al tiempo, le falta el mínimo para subsistir, el acceso a alimentos y enseres de primera necesidad, e incluso a lo que necesita para poder expresarse pintando.

El gran mérito de Wajda es entregar un film sobre la creación en los regímenes totalitarios sin ira ni rencores, tremendamente objetivo, y que llega directo al corazón del espectador. El protagonista, maravillosamente encarnado por Boguslaw Linda, no es perfecto y lo sabe, pero encaja sin aspavientos su situación, y de algún modo intuye que ha de saber enfrentarse a su declive con el alma en paz, la admisión de aquello que ha hecho mal.

El director rueda sin caer en peligros experimentales, no trata de imitar el estilo pictórico de Strzeminski en la recreación de lo que cuenta, sino que opta por una paleta de colores grises, adecuada a la represión vivida en la época, y concibe escenas y encuadres de gran belleza, un clasicismo de gusto intachable; y utiliza una música perfecta para la historia. La escena del artista trabajando en el escaparate de una tienda, ya hacia el final de film, sin palabras, es puro cine, que resume muy bien el esfuerzo por mantener la dignidad sin convertirse nunca en muñeco al servicio de intereses espurios.