Después de la tormenta (After the Storm) (2016)

 

Historia de una familia

Hirokazu Koreeda nunca defrauda. Después de la tormenta es una joya más de su preciosa filmografía. Atrapa la naturaleza humana con delicadeza y conocimiento creciente de cómo somos las personas, parece que los años le hacen aún más sabio.

Aquí ofrece una saga familiar, la que protagonizan un matrimonio roto con un hijo de unos diez años, la madre de él, la hermana con dos hijos. Si alguien tiene más peso, ése es el progenitor divorciado, escritor que en su día ganó un premio, que ejerce de detective privado en casos de infidelidad, una forma de ganar dinero y documentarse para una novela, y que tiene el vicio del juego. Querría recuperar a su mujer, y de algún modo trama que los tres acaben en casa de su madre, y queden atrapados y obligados a pasar la noche por la tormenta que se avecina.

Maestro en humanidad, Koreeda teje su historia con pasmosa naturalidad, y los personajes, a pesar de sus debilidades, se hacen querer, porque su lado bueno pugna siempre con la inclinación egoísta, y esa lucha, donde hay victorias y derrotas, es la vida misma. Sorprende el equilibro, el dibujo atinado de cada uno y las razones que les mueven. No hay torpeza grosera en mostrar al protagonista apostando, y buscando algún objeto que vender de su difunto padre, para conseguir algún dinero. O a la madre y abuela –inspirada en la madre de Koreeda, que vive con su familia–, apoyando las tretas de su hijo, cuyos defectos conoce mejor que nadie, como tampoco le eran desconocidos los de su esposo.

Un director hollywoodiense, en el peor sentido del adjetivo, habría cargado de efectismo la noche tormentosa, un aguacero tremendo, con padre e hijo en el parque infantil, y la madre saliendo a buscarles bajo la lluvia. Koreeda sabe imprimir emoción a este pasaje, como a todo lo demás, sin artificios ni trucos baratos, sencillamente dando las indicaciones precisas a sus estupendos actores, y dejando que sean ellos y la historia los que conmuevan, como debe ser. «Después de la tormenta, viene la calma», asegura el dicho, y así debiera ser aquí también el caso, la tormenta adquiere entonces un preciso sentido simbólico, de cómo las relaciones familiares pueden y deben atemperarse, pese a las dificultades.

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