Mi gran pequeña granja (2018)

Agricultura sostenible

Agricultura sostenible

John Chester, realizador sobre todo televisivo, reconstruye su propio periplo, a partir del momento en que, tras casarse con su novia, la cocinera y bloguera Molly, ambos adoptan a un perro, Todd, al que él ha encontrado mientras filma uno de sus reportajes. Ocurre que su nueva mascota ladra sin parar cuando no están en casa, haciendo la vida imposible a los vecinos, por lo que sólo les quedan dos opciones, deshacerse del can o cumplir el sueño de Molly, mudarse al campo y vivir en una granja ecológica en la que cultivarían toda la diversidad de plantas posible, con métodos tradicionales, sin pesticidas. Optan por lo segundo, pero llevar a cabo este proyecto no será fácil para dos urbanitas…

No se ha rodado con precipitación, sino que resume en noventa minutos siete años en la vida de los protagonistas, durante los que tienen que lidiar con numerosos problemas, por ejemplo, la poca fertilidad del terreno que han comprado en Moorpark, California, con tierra árida y agotada, y posteriormente la llegada de diversas plagas, desde caracoles que arrasan las cosechas, hasta coyotes que aniquilan a las gallinas. Sin embargo, en un ejemplo de perseverancia, aprenden que todo se puede solucionar con paciencia, y acudiendo a mentores adecuados. El film muestra además que los elementos de la naturaleza tienen partes negativas, pero también cumplen su función en un ecosistema; incluso los temibles depredadores al final sirven para algo.

De esta forma, en este canto de amor a la naturaleza, subyace la moraleja de que no se debe luchar contra ella, sino jugar con sus propias reglas. Tiene un claro mensaje ecologista, pues se critican los monocultivos, y aboga por la agricultura ecológica, pero estos temas se abordan de forma inteligente, sin radicalismos ni mensajes apocalípticos. El idealismo de los Chester a veces puede parecer un poco ingenuo, y no se aclara muy bien cómo consiguen el dinero para hacerse con una considerable extensión de terreno, pero siempre resultan positivos.

Tienen mucho valor las imágenes de especies naturales tomadas en la granja, aunque al final se acumulan tantas especies –no sólo animales de granja, sino búhos, ardillas y hasta serpientes– que a ratos parece un documental de National Geographic tomado en alguna zona remota. Esta obra tiene el mérito de que consigue despertar la curiosidad por el mundo rural, posiblemente en especial al público que más lo desconoce, que seguramente conectará con secundarios entrañables, como el citado Todd, o Emma, una cerda.