Los descendientes (2011)

 

En tránsito

Hawai es algo más que un lugar de playas paradisíacas. Las desgracias ocurren como en cualquier otro sitio, y Matt King, abogado inmobiliario demasiado absorto en su trabajo, está sufriendo una de ellas. Padre de dos hijas –la jovencita Alex y la pequeña Scottie–, la esposa y madre, Elizabeth, está en coma irreversible tras un accidente acuático. No hay esperanzas de recuperación, sólo queda desenchufar la respiración asistida, y cuidarla hasta que muera. Si sobrellevar algo así ya es difícil, todavía lo es más cuando Matt se entera por Alex que Elizabeth le engañaba. Debe encajar y gestionar esta dolorosa noticia, con la asunción en serio de su responsabilidad de padre de familia y la culminación de la venta una importante propiedad familiar en una de las islas, de la que él es único depositario, y que le enraiza con la tierra y sus antepasados nativos.

Magnífica traslación a la pantalla de la novela homónima de Kaui Hart Hemmings, con guión del director, Alexander Payne, respaldado por el dúo de actores reconvertidos a guionistas que conforman Nat Faxon y Jim Rash. Se trata de una historia profundamente humana, de personajes muy bien perfilados, interpretados por un reparto sensacional donde brilla con luz propia George Clooney, perfecto en su rol de hombre corriente sobrepasado por los acontecimientos, pero también Shailene Woodley como su hija mayor, que aguanta sin titubeos los planos compartidos con la popular estrella. La niña Amara Miller es muy natural, y Nick Krause atrapa la idea de su rol, de atolondrado medio novio de Alex. Hay otros personajes con menos minutos en pantalla, pero con peso específico en la historia, y actores como Robert ForsterJudy Greer y Beau Bridges los bordan. También sale airoso Matthew Lillard en un papel difícil, su existencia y relación con Elizabeth son las que encauzan la tragedia en una dirección determinada.

A Alexander Payne (A propósito de SchmidtEntre copas) parece que le gusta estructurar sus películas en torno a un viaje o desplazamiento que no sólo es físico sino también, y sobre todo, emocional. Y aquí se apoya bien en una selección musical exótica hawaiana, que da el “mood” adecuado a lo que se cuenta. El cineasta arranca su historia con una familia en descomposición, con un futuro no demasiado prometedor, para mostrar cómo de lo que parece y es malo –el accidente, la infidelidad…­– puede surgir algo bueno –de la aceptación de la situación se pasa al conocimiento, la comprensión, el perdón, el amor en suma…– que tal vez ayude a recomponer lo que parecía irremisiblemente perdido. Con un esquema inteligente –etapas en el camino que incluyen la visita a amigos y familiares, y el hurgar en las heridas recién descubiertas–, y una feliz imbricación de la cuestión inmobiliaria –que invita a pensar en la tierra como algo más que una oportunidad de convertirse en millonario–, entrega una película que roza la perfección, donde a los momentos propicios para las lágrimas sabe darles, cuando conviene, algunos desahogos humorísticos muy de agradecer.