Supongo que algunos pensarán que hacer una docuserie sobre Michael Jordan, el astro del baloncesto, probablemente el deportista más espectacular de todos los tiempos, es un éxito asegurado. Hay centenares de jugadas extraordinarias, canastas imposibles en momentos inolvidables. Pero precisamente porque se está trabajando con oro puro, la precisión del tallado debe estar a la altura para no derivar en una joya estrafalaria y hortera. Y si no que se lo digan a Sergio Ramos y su vapuleada docuserie: 2´4 sobre 10 en Filmaffinity (prácticamente la misma calificación de una obra imperecedera del cine español como Los hermanos Kalatrava contra el imperio del kárate).
Esta serie de Netflix fue una de las más vistas en el período de confinamiento. Un bálsamo  en unos meses sin práctica deportiva ni en la vida ni en la tele. La historia se narra de manera muy original, con numerosos saltos en el tiempo, entrevistas inéditas de primera mano y una edición eléctrica con una banda sonora magistral. Un producto inteligente y adictivo en el que el protagonista muestra su poder y sus sombras, con una humanidad que resulta verosímil. El ritmo que logra la narración no decae en ningún momento gracias a un guion preciso e ingenioso, contado con una incontestable potencia visual y atendiendo a una gran variedad de personajes que tuvieron que ver con el crecimiento del jugador como la mayor superestrella de la NBA. La docuserie muestra como Jordan era el verdadero terremoto de los Chicago Bulls, pero sin dejar de valorar a Scottie Pippen, Steve Kerr o Dennis Rodman.
La docuserie sigue siendo un formato en crecimiento gracias al talento y la variedad con el que siguen sorprendiendo al espectador. Jordan forma parte de la historia del deporte, pero su serie también se ha ganado convertirse en una leyenda de la televisión.
Firma: Claudio Sánchez