Por David Trueba (El País, 8-6-2010)

Es digno de celebrarse lo que ha cambiado este país. Cuando éramos niños las manifestaciones institucionales consistían en ir a la plaza de Oriente para jalear a Franco y respaldar sus sentencias de muerte. Hoy, en cambio, nuestros niños acuden en familia al exitoso Rock in Rio del fin de semana en Arganda. El apoyo institucional dota a los conciertos de un aire oficial, casi como un desfile, donde el público saluda a cámara todo el rato y solo falta que suene el himno nacional al comenzar. Además, la televisión pública no solo le regaló el segundo canal a la retransmisión, sino que en el telediario del mediodía del domingo, emparedado entre las carreras de motos y el triunfo de Nadal en Roland Garros, que con la reducida duración dio para cuatro noticias, se pudo ver uno de los más largos vídeos informativos que se recuerdan. Esos totales siempre tan medidos, mostraron un fragmento de la actuación de Shakira tan enorme que daba la impresión de que el tipo de la máquina se había quedado hipnotizado con el ombligo de la hermosa cantante. Cuando la imagen regresó a David Cantero en el plató del noticiario, tras una eternidad, el presentador tenía el gesto arrobado, como si tanta fea noticia diaria careciera de sentido frente al cuento de Shereza.
Y es que las grandes actuaciones del festival, programadas para un público infantil, tuvieron una carga erótica coherente con la celebración del Corpus. O del cuerpazo. Ya en el vestuario elegido para ese noble oficio del contoneo, Rihanna, Miley Cyrus y Shakira, dejaron claro por dónde va el futuro. Me recordó un poco a la película Pequeña Miss Sunshine, donde una niña participa en un concurso de belleza infantil y aleccionada por su abuelo monta una coreografía de barra de striptease. No sé si las niñas actuales van a salir todas bailarinas del vientre con tendencia al lap dancing o danza en el regazo del cliente, pero está claro que institucionalmente esas especialidades están más valoradas que otras expresiones funcionariales, como profesor de instituto o bibliotecario. En Ombligolandia, siguiente parada tras Disneylandia, los únicos recortes son de vestuario. A lo mejor mirarnos el ombligo no va a ser el problema, sino la solución.