Un capítulo más de la saga Star Wars, al que no le faltan medios técnicos pero sí dimensión narrativa más allá del esquema básico y agotado en otras entregas.

Una más. Así empieza a suceder, para bien o para mal, con cada nueva entrega de esta franquicia Star Wars, que abunda en precuelas, secuelas y paracuelas.

En esta ocasión, se ha contado con un guionista seguro y experto en la mitología como es Lawrence Kasdan (Star Wars: el despertar de la fuerza, El retorno del Jedi, El imperio contraataca). Tanto él como su hijo y co-autor del libreto no se salen de la cuadrícula de lo que ya parece más una serie televisiva en la gran pantalla.

Y es que, a pesar de la pericia y experiencia de Ron Howard en las grandes producciones, lo cierto es que este nuevo modelo de consumo y producción quizá es rentable económicamente, con un público cautivo de referencias y guiños endógenos, pero no es muy ilusionante como apuesta por un cine que busque dimensión narrativa y entretenimiento renovado.

De hecho, Han Solo, efectivamente, se dedica a mostrar al citado personaje en su primera juventud. Sin riesgos ni atrevimientos de ninguna clase, la película dramáticamente se basa en dos polos. Por un lado, en fabular acciones y relaciones que permitan visualizar cómo Solo llegó a ser Solo en La guerra de las galaxias. Y, por otro, en la pura acción rocambolesca y estructurada en carreras de obstáculos de espirales agotadoras.

Esto, junto a la voluntad de sembrar giros sorpresa poco fundamentados, provoca una falta de genialidad y sustancia en la trama que logra aburrir a los que esperen personajes con algo de volumen y aventuras con emociones menos prefabricadas. Medios técnicos y un casting potente que se desinflan ante las carencias del guión.