Salvar al soldado Ryan (1998)

La guerra no es un juego

Un veterano de la Segunda Guerra Mundial visita con su familia el cementerio de la playa de Omaha. Los recuerdos se agolpan en su memoria. Los sucesos de aquel ya lejano 6 de junio de 1944. El día D del desembarco de Normandía, en que 170.000 soldados comienzaron la liberación de Europa del yugo nazi. Una de las misiones, que recae en el capitán Miller y sus hombres, es rescatar a un soldado muy especial, perdido en las líneas enemigas: se trata de James Ryan, que ha perdido tres hermanos en combate, y al que el alto mando americano quiere devolver con vida a su madre.

Lo nunca visto en guerra. Un realismo alucinante. La primera media hora del film, prácticamente sin diálogos, muestra toda la crudeza de la guerra. En el desembarco las balas silban, los temblores y el miedo son palpables, los rezos se oyen, los miembros amputados y la sangre se ven: no es «como en las películas» sino que es, de verdad, la guerra. Luego Steven Spielberg se centra en la misión de rescate, no sin antes ofrecer una secuencia antológica: el trasiego entre el alto mando hasta que una mujer recibe la noticia de la muerte de 3 hijos en distintas acciones bélicas.

Los actores, todos magníficos, recibieron una dura instrucción militar para hacer más creíbles sus caracterizaciones: largas marchas, noches cortas, alimentación de supervivencia, clases sobre armamento… Hasta hubo un conato de motín por la dureza del entrenamiento. Pero el resultado valió la pena, y fue reconocido con cinco merecidos Oscar: mejor director, fotografía, montaje, sonido y montaje de efectos sonoros.