Arlington Road (1999)

 

¿Para qué están los vecinos?

Inquietud. Hay películas de intriga que basan su eficacia en crear en el espectador una angustia creciente. Se trata de provocar en él una cierta incomodidad, que le haga revolverse en el asiento. Esto se puede lograr con estilo, respetando al espectador; o burdamente, con trucos fáciles. El casi debutante (y por tanto, desconocido) Mark Pellington, se apunta al segundo grupo en Arlington Road; lo que se agradece. El film comienza, ya, de un modo sobrecogedor. En medio de uno de esos encantadores barrios suburbiales, tan típicos en Estados Unidos, un asustado Jeff Bridges recoge entre sus brazos a un chaval ensangrentado. La escena ofrece un elaborado estilo documental. ¿Qué ha ocurrido? ¿Un atentado? ¿El tiroteo provocado por un psicópata? ¡No! El chaval estaba jugando con unos petardos, junto a un grupo de amigos, cuando ocurrió el accidente. Accidente que, a Dios gracias, resulta de poca monta. Pero que sirve para que el viudo al que da vida Bridges entable amistad con los vecinos padres del niño, y para que los hijos se hagan amigos.

El arranque del film es toda una declaración de principios. La secuencia parece presentar una tragedia, pero queda en nada. Y a medida que transcurre la historia, los interrogantes que se plantean hacen buena aquella máxima de que “nada es lo que parece”. Los vecinos muestran su lado más encantador, pero poco a poco asoma en ellos otra faceta, oscura, poco clara. El personaje de Bridges aparenta ser un paranoico, que cree ver en ellos a peligrosos terroristas: una serie de coincidencias, de datos descubiertos aquí y allá, hacen que planee la sombra de la duda. Y el director consigue que el espectador crea, alternativamente, a uno y a otros: ahora tiene razón el estupendo Bridges al investigar a sus vecinos, ahora son los vecinos (inconmensurables Tim Robbins y Joan Cusack, ésta mostrando un registro diferente a sus papeles de comedia) los que, con todo el derecho del mundo, reprochan a Bridges que husmee en sus vidas.