El atentado en la isla de Utoya (Noruega) el 22 de julio de 2011 fue uno de los más impactantes de las últimas décadas. 77 muertos y centenares de heridos, la mayoría de ellos adolescentes. En 2018 se estrenaron dos películas muy diferentes con esta temática: la norteamericana 22 de julio (Paul Greengrass), y la noruega Utoya. 22 de julio (Erik Poppe). Las dos se centraban en contar el atentado cronológicamente desde la isla de una manera aceptable aunque sin especial brillantez.
Esta miniserie noruega supera a esas dos propuestas centrando la atención en todo lo que sucedió fuera de la isla. Con este arriesgado punto de vista, sus dos creadores (la primeriza Gjyljeta Berisha y el veterano Pål Sletaune: Occupied), ofrecen una visión panorámica diferente. Se entra a fondo en la investigación sobre la respuesta de los cuerpos de seguridad en el atentado, el papel esencial de los medios de comunicación, la relevancia de los profesores de los alumnos fallecidos, el acompañamiento del pastor protestante que atiende a las familias de las víctimas, los médicos que trabajan de manera frenética mientras procuran que sus pacientes sigan luchando por sobrevivir…
El tono de la serie permite al espectador observar a con múltiples enfoques de interés sin buscar el impacto de escenas brutales. Los guionistas apelan a la inteligencia sin dejar de emocionar con la vibrante pero delicada humanidad de los personajes. El ritmo de la serie es intenso porque lo que se cuenta de manera elíptica es demoledor y está retratado con mucho talento en el guión, la planificación y el excepcional nivel interpretativo de todo el reparto. Una serie que entretiene y que parece ser la definitiva sobre uno de los episodios más trágicos de la Europa reciente que, a pesar de la crudeza de la historia, deja un fondo de esperanza en la bondad del ser humano muy valiosa.
Firma: Claudio Sánchez