Una buena persona (2023)

Una vida descompuesta

Allison y Nathan están muy enamorados y se van a casar. Concertada la boda, Allison se va con su futura cuñada y su marido a ver vestidos de novia, pero tendrá lugar un fatal accidente de tráfico. Allison sobrevive pero sus dos acompañantes mueren. Un año después la vida de Allison es un infierno. Cortó con su novio tras el accidente y vive enganchada a las pastillas. Carece de asideros para salir adelante, no tiene trabajo ni relaciones y es incapaz de reconducir su vida, de salir de su situación y de aceptar que tiene un serio problema de drogadicción.

El actor, director y guionista Zach Braff (Scrubs) siempre ha sabido urdir buenas tramas cuando ha trabajo detrás de las cámaras, a menudo entregando comedias dramáticas con fondo optimista, aun cuando posean una cierta visión de la vida un tanto tragicómica, hasta el punto de que en su debut con Algo en común se llegó a hablar de él como discípulo aventajado de Woody Allen, pese a que nunca llegaba al cinismo del director neoyorquino. Con el tiempo Braff ha alargado su carrera con películas y series siempre notables, aunque la excelencia parece escapársele. Con Una buena persona ofrece una película mucho más dramática de lo que acostumbra, una dura historia de superación, aceptación y perdón, con las adicciones como telón de fondo.

Asistimos así al agujero negro en que se ha convertido la vida de Allison, quien no puede prescindir de la oxicodona que atonta su cabeza y le ayuda a evadirse de de sus recuerdos, de su profundo trauma. Braff sabe mostrar ese estado con contundencia, pero sin forzar situaciones excesivamente desagradables o extremas, de modo que resulta verosímil y natural la relación que se establece entre ella y Daniel, el padre del ex novio y de su hermana fallecida en el accidente, un hombre mayor, también herido emocionalmente. La trama muestra a la vez las dificultades de una adolescente para superar la ausencia de sus padres, y cómo los asideros éticos pueden desvanecerse y llevar su vida por derroteros muy peligrosos. Además de hablar de la incapacidad del ser humano de controlar los acontecimientos (magnífica la metáfora de la maqueta de Daniel como miniatura de ese mundo ideal que todos anhelamos), el director de New Jersey logra transmitir también una idea importante, la de que no todo está perdido si siempre se intenta de nuevo salir del pozo, por mucho que seamos vencidos una y otra vez por situaciones autodestructivas. En este sentido funciona la escena del rescate nocturno en la fiesta, clímax dramático en que las cartas de todos los personajes quedan boca arriba.

Una buena persona reúne a un elenco de actores magníficos, que logran que sus personajes interesen. Florence Pugh está muy convincente como desnortada y vulnerable protagonista, mientras que el veterano Morgan Freeman es un seguro de vida con un personaje que le viene al pelo. Destaca además el trabajo de la joven Celeste O’Connor como la rebelde chiquilla que empieza a desviarse peligrosamente de la senda correcta.