El West End de Londres de los años 50. Los planes para una versión cinematográfica de una obra de gran éxito se interrumpen repentinamente después de que el director de Hollywood de la película resulte asesinado. El desencantado inspector Stoppard y la entusiasta novata agente Stalker, se hacen cargo del caso y se ven envueltos en una desconcertante historia policíaca dentro del glamuroso y sórdido submundo del cine, investigando el misterioso homicidio mientras corren peligro.

Crítica Mira cómo corren (2022)

 

La ratonera en la ratonera

La ratonera en la ratonera

Años 50. En el West End de Londres se representa con éxito la obra de teatro “La ratonera” de Agatha Christie, que con protagonismo de Richard Attenborough y Sheila Sim ha alcanzado la cifra mágica de 100 representaciones. Un estudio se ha hecho con los derechos de la versión cinematográfica, pero el petulante director asignado Leo Kopernick desprecia las tramas de intriga y asesinato que responden al “whodunit”, “quién lo hizo”, pues le parecen todas iguales. Y tiene diferencias creativas con el guionista Mervyn Cocker-Norris, además de que intenta ligar descaradamente con Shim, esposa de Attenborough. Con tal panorama no es de extrañar que Kopernick despierte odios hasta el punto de ser asesinado. El inspector Stoppard se encargará de la investigación, asistido por la sargento Stalker, entusiasta aunque novata viuda madre de familia, y aficionada al teatro y al cine.

Grata comedia de asesinatos con estupendo ritmo, que bebe de las mismas aguas que Un cadáver a los postres y, más recientemente, Puñales por la espalda. Con el punto original de que la excusa narrativa de este divertimento sin pretensiones es la auténtica representación teatral de “La ratonera” en Londres, la más longeva de la historia, que se escenifica a diario desde el día de su estreno, con la sola excepción de la interrupción provocada por la crisis sanitaria del Covid-19. De hecho se incluyen personajes auténticos, pues por la pantalla pululan la mismísima Agatha Christie, además de los actores ya mencionados. Así el film deviene en curioso juego de muñecas rusas, la ratonera dentro de la ratonera.

El guión del desconocido Mark Chappell juega con la intriga de quién es el autor de los asesinatos… relativamente. Lo importante sobre todo es ofrecer una farsa con humor fino y muchos guiños a títulos detectivescos y de crímenes –por ejemplo, se mencionan los asesinatos de Rillington Place, y en una película Attenborough interpretó al asesino–, y de hecho la inspirada partitura musical de tonos jazzísticos de Daniel Pemberton se mueve entre el suspense y la broma, con brillante ligereza.

Así que está bien planteado, por el también poco conocido director Tom George, el contraste entre el inspector y la sargento, él veterano que mira las cosas con distancia, ella ingenua y aplicada, que lo apunta todo en su libreta, estupendos Sam Rockwell y Saoirse Ronan. Pero tienen también gracia las bromas en torno a los egos del mundo literario, escénico y fílmico, con Adrien Brody como insoportable cineasta, el actor sabe imprimirle una displicencia que irrita a cualquiera, o Ruth Wilson como empresaria que quiere sacar a la obra el máximo partido.