Telecinco ha despedido esta semana la duodécima edición de ‘Gran hermano’, o sea, ‘GH 12’. Ha ganado una señorita que se llama Laura Campos. Por razones que el cerebro humano apenas puede desentrañar, la Providencia nos ha castigado a los españoles con la mancha infamante de ser el país del mundo donde más éxito ha tenido ‘Gran hermano’: doce ediciones en diez años. Algo (malo) habremos hecho, sin duda, para que este sea nuestro ‘reality-show’ por antonomasia. También es verdad que en ningún otro país del mundo existe una cadena de televisión como Telecinco. En nuestro descargo colectivo cabe decir que esta edición de ‘GH’ ha sido la menos vista de su historia, con una cuota de pantalla media levemente superior al 18%. La gran batalla final, aunque ha tenido una cuota superior a esa -un 22%-, también ha sido la más baja desde el estreno de este programa, allá por el lejano año 2000, cuando atábamos a los perros con longanizas. Según los datos de audiencia oficiales, la primera final de ‘Gran hermano’ -aquella del año 2000- fue seguida por más de nueve millones de espectadores, y esta última la han visto unos 3,2 millones de personas. Si las cifras tienen algún valor, esto quiere decir que ‘GH’ ha perdido las dos terceras partes de su impacto social. ¿Quién ve hoy ‘Gran hermano’? En términos brutos -y nunca mejor dicho- el número de gente que sigue con fidelidad las desventuras de estos muchachos oscila en torno a los dos millones y medio de personas. La gran pregunta es por qué, es decir, qué encuentra toda esa gente en ‘GH’ para que le valga la pena mantener la atención en una historia donde, en realidad, nunca hay historia. Unos dicen que se ríen mucho con los singulares personajes de la granja Milá. Otros, que les entretiene asistir a los montajes de los guionistas. Un tercer grupo asegura que se siente identificado con esas criaturas. Por unas cosas o por otras, ‘Gran hermano’ sigue vivo en nuestra pantalla. Y habrá ‘GH 13’. Y hasta un ‘GH 1000’, si nadie lo remedia. Es una de nuestras maldiciones nacionales…

Fuente: JOSÉ JAVIER ESPARZA (El Diario Vasco, 13.03.11)