Dos cabalgan juntos (1961)

 

Dos valientes en el Oeste

Territorio de Texas, a principios de 1880. Son los tiempos en que sólo los tipos duros sobreviven en el salvaje Oeste norteamericano. Richard Widmark es el Jim Gary, un valiente aunque algo tieso teniente de caballería que, presionado por sus familiares y atendiendo las órdenes de su superior, pretende rescatar a un grupo de hombres y mujeres blancos que fueron secuestrados por los comanches cuando apenas eran unos niños. No le resulta muy difícil darse cuenta de que su empresa es imposible sin contar con la ayuda de alguien que conozca el terreno. Y el tipo adecuado parece ser Guthrie McCabb, sheriff algo escéptico y que con alma mercenaria trabaja cuando hay dinero de por medio –lo interpreta James Stewart–, ideal para formar un equipo de rescate. El sheriff se muestra duro y vaticina que los candidatos a ser rescatados se habrán convertido en unos salvajes, pero con alguna artimaña el teniente logra convencerle. Juntos emprenden un complicado viaje, en el que deberán superar multitud de contrariedades.

Un excelente western del rey del género, John Ford, uno de los grandes directores de la historia del cine. Cuenta con una pareja protagonista de lujo. Como era característico en Ford, hay acción y emotividad. Sus personajes no son marionetas al servicio del desarrollo de la historia, sino que están muy bien perfilados y se puede escarbar en su interior. No es su western más recordado, pero es que compite con otros títulos del director, como La diligencia (1939), Fort Apache (1948), Centauros del desierto (1956) o El hombre que mató a Liberty Valance (1962). Entretenido, original y con personajes, especialmente el de Stewart, muy alejados de lo convencional.

Supone toda una reflexión acerca de cómo un cambio en la educación cuando se es niño, puede suponer una transformación radical, pero a Ford, que maneja un guión de unos de sus colaboradores habituales, Frank S. Nugent, no le duelen prendas al señalar que a veces los comanches pueden mostrar un comportamiento más noble que las personas supuestamente civilizadas. La frase que le dice el oficial a McCabb sobre Gary -«esperaba que le enseñara que el único que puede hacer de Dios es Dios»-, en ese intento de recuperar a los que fueron tiernos infantes y ahora son adultos muy diferentes, resulta muy elocuente. Arriesga desde luego en el climático final del linchamiento de un blanco criado por los indios, al que el único lazo que le une con su pasado resulta ser la caja de música que conservaba su hermana. Entre los típicos elementos fordianos no falta su personalísimo sentido del humor, con el sargento de turno y las típicas peleas, y el baile de los oficiales solteros.