El artista anónimo (2018)
Retrato de un hombre desconocido
Olavi es un anciano marchante de arte, siempre atento a las subastas. Su deseo más íntimo es no jubilarse antes de haber encontrado alguna pintura que sea una auténtica obra maestra. Viudo, chapado a la antigua y cascarrabias, se ha distanciado y despreocupado de su hija divorciada Lea y su nieto adolescente Otto. Sin embargo, una Lea que se desvive para sacar a su hijo adelante, le pedirá un favor: que admita a Otto como becario en prácticas, para que pueda seguir adelante en sus estudios. En efecto, Otto corre el peligro de torcerse, tras haber cometido un hurto. El abuelo Olavi le acoge a regañadientes, y para su sorpresa descubre en él un aliado insospechado a la hora de tratar de validar el valor de un cuadro de autor anónimo que se va a subastar, y que se presenta bajo el oscuro título de “Retrato de hombre desconocido”.
El director finlandés Klaus Härö ya dio pruebas de su talento con otra interesante historia intergeneracional, La clase de esgrima. Con El artista anónimo, cuyo libreto es obra de la misma guionista, Anna Heinämaa, da pruebas de que aquello no fue un espejismo, y el mismo Härö, si se nos permite el juego de palabras, también debiera dejar de ser un artista anónimo para el gran público, pues entrega una historia sencilla y conmovedora, con una perfecta puesta en escena y unos personajes sólidos.
En efecto, El artista anónimo combina a la perfección el tratamiento de la dedicación profesional de Olavi y el amor por el arte, con los problemas familiares derivados del enrarecimiento de su carácter; y ello con su punto de intriga, la investigación acerca del cuadro atrapa la atención del espectador. Podemos conectar con el deseo del protagonista de dar con una obra maestra sin paliativos, y verdaderamente con su ojo de conocedor, y un trabajo concienzudo revisando fichas y catálogos, vemos a un profesional como la copa de un pino, pero que, tipo honrado, puede chocar con personas mezquinas, que no soporten que les haya ganado la partida en buena lid, véase el dueño de la casa de subastas, o que sobradas de dinero, regateen pagar una cantidad porque creen que el precio que les exigen no es justo. Y también con la obsesión con el trabajo, que lleva a descuidar las obligaciones familiares, entendemos los reproches de Lea; y la aproximación en una tarde de paseo, o la conexión con el joven Otto, apuntan a lo que podría haber sido una familia unida.
Härö da pruebas de su excelente pulso narrativo en momentos como el de la subasta, emocionante, el del viaje de Otto a una residencia de ancianos, o el sobrio y elocuente de una muerte fuera de plano, y simbolizada por una silla que deja de girar. También resulta potente el momento del descubrimiento de quién es el hombre desconocido del cuadro, y la explicación de por qué el autor no lo firmó. Además es muy acertada la aproximación estética de la fotografía en claroscuro, que se corresponde con la del cuadro alrededor del cual gira el film.
Hay que felicitar a Heinämaa por el estudio de personajes, hasta los secundarios, como el amigo marchante del protagonista, están cuidados. Destaca por supuesto el trío de los principales, bien interpretados por Heikki Nousiainen, Pirjo Lonka y Amos Brotherus. Se cuidan muchos detalles en el guión, por ejemplo el contraste entre el anticuado Olavi, que usa el teléfono fijo y fichas en tarjetas cartón, y el millennial Otto, que con su móvil consulta la información o se comunica vía internet; y el modo en que el abuelo logra contagiar su pasión por el arte al nieto.